Crónicas de viaje: Malinalco, pueblo mágico
Seis
cuarenta. De nuevo no puedo dormir. ¿Son los nervios de la cita? ¿Las ganas de
irme de viaje? ¿El insomnio de cada tres días? Yo tampoco lo sabía… o tal vez sí
sabía, pero en el fondo. Me puse a ver a las redes sociales, y por fin decidí
levantarme. Había quedado en por la chica del GPS a las 8:15 a eme. Salí de mi
casa ocho en punto, salía con cinco minutos de anticipación. Y todo iba bien,
hasta que cerraron avenida universidad, lo cual me demoró cinco minutos más de
lo esperado. Fuck, empezábamos mal.
M típica cara de imbécil al manejar. |
Llegué
ocho veinte, ella bajó ocho veinticinco. Nos abrazamos, nos besamos, nos
entregamos los respectivos regalos atrasados (y adelantados). Nos reímos, nos
miramos, nos amamos. Subimos al auto, le indico que debe desempeñar su función primordial:
guiarme por esta ciudad con tintes de laberinto, ella asiente, y me devuelve el
beso. Le hago una treta, le propongo que yo pondré la música de ida y ella
podrá ponerla de venida, algo que no se cumple, Juan ganando como siempre. Selecciono una playlist para comenzar en ritmo,
"Agita la cabeza", una vez que concluye pongo "Viajes" y
para finalizar dejo el aleatorio en "Lo mejor de mi 2016".
Mientras
seguimos en la ciudad aún podemos mantener una plática, ambos sabemos que mis
habilidades para conducir y entablar pláticas elaboradas en la carretera disminuyen
dramáticamente. La música prosigue su curso, ella me indica las direcciones.
Llegamos a la carretera, no voy demasiado rápido, y de vez en cuando aprovecho
para posar mi mano en su pierna, lo cual se ha vuelto una costumbre atávica.
Seguimos. Caseta de cobro uno, caseta de cobro dos, imbécil al volante uno, imbécil
al volante veintiséis. Nos detenemos en un oxxo para un café, me sigue mirando
de una forma dulce, y me apaciguo. Sigo sin tener paciencia con los estúpidos de
la carretera.
Sigo siendo un romántico de lo peor. |
Después
de un par de vueltas erróneas de mi parte, carriles bidireccionales y puestos de flores
en la carretera (sigo siendo un romántico de lo peor), llegamos a Malinalco, pueblo mágico. Estamos hambrientos.
Buscamos donde estacionar el auto, hay distintas propuestas, pero nosotros
buscamos el más céntrico. Después de un infructuoso intento de estacionar el tráiler que conducía, me asisten.
Caminamos. Vemos un par de restaurantes fancy,
pero nosotros queremos probar el sazón de las calles. Nos internamos en el
tianguis. Lo recorremos una y otra vez. No podemos decidirnos. A mí me va bien
lo que sea, solo quiero engullir algo. Hay tantas distintas propuestas,
tlacoyos, quesadillas (con o sin queso, provincianos), tacos. Por fin nos
decidimos por un puesto que alberga un poco de todo; yo pido taco campechano y un experimento, "obispo" (especie de pancita
de cerdo), ella pide un tlacoyo de requesón que al final terminamos
compartiendo. Y de beber agua de limón con chía y pepino con limón -ella ha
aceptado que mi sabor de agua era mejor. Les toca adivinar cuál fue-. Por una
muy módica cantidad de pesos mexicanos.
¿Qué tal? |
Una
vez concluido el desayuno damos un paseo por la ciudad, las calles son angostas
y empedradas sutilmente, se llega a comprender al instante por qué es un pueblo
mágico. Paseamos por el marcado a lo largo del centro, lo primero que se
distingue es el tamaño descomunal de las fresas y la gran variedad de verduras
que hay. Yo compro unos cacahuates españoles, pero sin ajo. Ella está asombrada
mirando… los aguacates. Ella tan aguacate, yo tan chícharo (chiste local).
Salimos del tianguis después de haberlo recorrido varias veces, el tiempo
apremia. Nos dirigimos a la parroquia principal, entramos, en la parte trasera
se encuentra en marcha una restauración. El templo en sí, posee una belleza
primordial que se encuentra desgastada por el tiempo y las personas. Los
dibujos, los trazos, todo sigue en su lugar. Tomamos un par de fotos, y
seguimos el recorrido por la ciudad; han pasado más de dos horas.
Era descuidado, pero lindo. Como yo. |
"Tomame una foto como si no me diera cuenta" |
Después
de tanto caminar y de un sol acuciante e irritante, nos detenemos en un establecimiento
dedicado a extinguir la sed de una forma noble y sutil. Los caguamones. Yo pido
una michelada helada y ella un coctel de licor de maracuyá. Después de consumir
las bebidas refrescantes, proseguimos la caminata, casualmente nos ha vuelto a
dar hambre, y esta vez decidimos ir a un lugar más establecido, "Los
placeres", un establecimiento con un ambiente exótico y una mirada
hermosa, lo lamentable es que el sol sigue achicharrándome las ideas. Pedimos
"dobladitas de Jamaica" para compartir y agua de la casa, ella piña
con apio (iugh) y yo fresa con guayaba. Nos seguimos mirando, estamos
enamorados, y celebramos algo, pero eso no se los puedo contar.
Improvisando, as always. |
Vamos
de vuelta al auto, el día se ha ido volando, y prometemos volver para subir a
las ruinas. No podemos irnos sin nuestra nieve reglamentaria y… lo acepto, la
que ella pidió (vainilla) era insufriblemente mejor que la mía (fresas con
leche). Abordamos el auto, tengo un mini ataque de espasmo de calor cuando
subo. Me sofoco, respiro deprisa, muero lentamente. Jodido calor. Me ha puesto
de malas, pero intento respirar más despacio. Se ha ido. La chica del GPS pone
las indicaciones y nos dirigimos de vuelta a la ciudad.
Uau... |
Nos
miramos, estamos cansados. Fueron dos veces
las que recorrimos el tianguis completamente. Ella pone su música y se dedica a
bailar la mitad del camino. En este punto he de confesar que sufro de violencia
en mi relación porque me cantó "Shut up and drive", solo bromeo, ella
hace que las horas de manejar tengan un significado nada aburrido. Los regresos
siempre son más complicados, y después de sortear el escaso tráfico dominical
llegamos a su residencia. Nos despedimos, nos abrazamos y nos agradecemos de
haber tenido un perfecto viaje. Un último, largo y cálido abrazo.
¿Qué
otro pueblo mágico debería visitar? ¿Qué comerían ustedes? ¿Debería seguir
soportando las injusticias musicales de mi novia?
Siéntanse
libres de comentar.
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