Fragmento 966: Dibújame un corazón
Paso mis manos por mi boca. Ansiedad
otra maldita vez. Paso mi índice por mis frontales, toco mis caninos y siento
las muelas. Separo mis labios de mi boca, le impregno un poco de fuerza, me
gusta el tacto de algo en mi boca que no sea mi lengua. Tecleo frenéticamente.
Repito. Toco mi lengua, casi tocando mi campanilla, ahora lo hago más fuerte,
me encanta jugar con mi boca. Todavía hay restos de vómito y cocaína, todavía
hay restos de ayer, de anteayer, del pasado. No he podido dormir, no porque no
haya querido, no porque no haya deseado, lo deseo con todo mi maldito ser,
simplemente fue demasiada cocaína. Más tecleos. Vuelvo a los tecleos.
El celular vibra, hasta hace unos
minutos yo estaba en posición fetal, recordándola, mientras miraba ese celular.
Recordando su suave tacto, como pasaba mis manos por mi espalda en los días
fríos, incluso puedo recordar su tacto en los días difíciles, hasta que me
dejó. La única cosa que falta eres tú, dijo antes de marcharse, así sin más.
Miro el teléfono, me saca de la ensoñación, me regresa al mundo antes de que
todo se complique. Sigue vibrando, número desconocido, pero sé quién llama. ¿Responder?
No lo sé, no es lo obvio. ¿Por qué me gusta hacer esto? ¿Por qué me gusta
autodestruirme cada quince minutos con su recuerdo? Lo que sé, es que hay un
placer irreversible en mirar el teléfono paranoicamente esperando tú número, tu
rostro, tú. Sé que no vas a llamar.
¿Cuál era mi nombre? ¿Importa? Mi
voz suena demasiado ronca, debido a todo lo que me he metido en las últimas
veinticuatro horas. El teléfono sigue llamando, decido contestar, su voz suena
del otro lado. Demasiada interferencia. Le brindo mi dirección, y me levanto a
la computadora. Ingreso a la página, abro la bandeja de entrada de esta sórdida
página, Deep web. Veo que el pez ha picado el anzuelo. Juro que no es una pose
de superioridad, no quiero fingir, solo no puedo dejar de tratarlas de una
forma despectiva. ¿Mesera? ¿Cocinera? ¿Secretaria? Se me ocurren cientos de
apodos despectivos, cientos de formas de destruirlas, pero hemos de ser
pacientes, siempre hemos de ser pacientes. Sigo tecleando. Fingiendo que tengo
gustos extravagantes. Fingiendo que quiero saber de las cosas que ni a tu madre
le importan. Fingiendo que todo lo que me dices me importa. Ah, ah, ah.
Suena el timbre de la puerta,
picazón en mi nariz, necesito otra línea, la necesito a ella. Antes de llegar a
la puerta me miro en el espejo, y antes de contemplar la forma que está delante
de mí, miro a mí alrededor. Todo hecho un desastre, comida en el suelo,
cartones de leche agria, ropa sin lavar, condones sin usar. ¿Qué dirá ella
cuando me vea? Lleno de ojeras negruzcas, labios partidos y ojos hinchados. Me
gusta el sabor de mi sangre, pero detesto su olor.
Abro, ella entra, viene con otras
dos chicas, me dejo caer pesadamente en el sillón, caigo sobre una caja de
pizza, les ofrezco más cocaína, mi cocaína. Quiero besarlas, subyugarlas,
lamerlas, quiero controlar a cada una de ellas. Me recuesto despreocupadamente,
suben mi manga, me besan. Colocan la liga y me inyectan. Un chute. Cuando la
sustancia entra, inmediatamente mis ojos se ponen en blanco y olvido a M por un
segundo. Un frugal y fugaz segundo. Por segundo imagino absolutamente todos mis
problemas en la Tierra, y los veo desvanecer. Imagino que el teléfono suena,
imagino su voz reprendiéndome suavemente, imagino que me perdona y que viene en
mi rescate, imagino que necesito ser salvado. Nada más equivocado. Si no estuvo
aquí en tu gloria televisiva, no lo estará cuando ni siquiera puedas sacar la
basura. Ah, ah, ah.
Una nausea me ataca, un ataque.
Regurgitación. Ah, ah, ah, una de ellas me lleva al lavabo, posa sus manos frías
en mi espalda desnuda, y me estremezco. He perdido unos kilos, me sienta bien,
a mi muerte le sienta bien. Sus manos tocan toda mi espalda, ahora en vez de
ser una caricia forzada es una caricia desesperada, y yo dejó ir lo último que
tengo el estomago en el último suspiro. No me pide que me lave, me levanta así,
yo sigo demasiado arriba para que me
importase; saca una navaja de su bolsillo, pienso que es para esnifar otra
línea, pero no, va a mi pectoral y deja una marca, su inicial. S. Ese, la ese
de Superman, la puta ese de Superman.
No me había sentido tan vivo en horas. Me dice que daremos un paseo, y que me
mostrara lugares de los que nunca me querré ir. Les llama a sus amigas, y todas
vienen. Todas se refieren a lo mismo, con más o menos palabras, todas dicen que
nunca las olvidaré, pero en la mañana apenas puedo reconocer mi rostro.
Pasamos a la cama, en realidad de
igual si estamos en el sillón, en la cama o en el piso, solo necesito dejar de
ser yo, solo necesito dominar a alguien más. Necesito transformarme en esa
persona que no odio cada mañana, necesito transformarme. ¿Necesito ayuda? ¿Qué
es lo único que sirve para mí? Si no me puedo dominar a mí mismo, podré dominar
a alguien más. Tonos de negro, tonos de azul. Me quedo mirando al techo. Una de
ellas se acerca a mí, y me tapa con su vestido, comienza a besarme de una forma
animal, guía sus manos a su entrepierna, pasando por sus pechos, todo se vuelve
más borroso con cada tacto y encuentro lo que pensé que encontraría. Cierro mis
ojos y me dejo llevar. La última chica ha entrado, y ni siquiera puedo
reconocer su rostro.
Ya he agendado la próxima cita de
mañana, ah, ah, ah.
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