Crónica de Michoacán, los pueblos mágicos y las gordas de los buses




7:30, 7:45, 8:30. La alarma  no sonó… mejor dicho la mía sonó antes. Tengo una alarma biológica infalible, que muchas personas podrían desear. En fin, es temprano y tengo un dolor de cabeza taladrante… tengo cruda, al menos así le dicen. Me levanto, tomo una ducha –revive muertos–, tomo la maleta y salgo a la central de autobuses... no sin antes comprar un desayuno de campeones: un gatorade y un gansit… bueno dos gansitos.

Compro mi pasaje y me subo al autobús. Los autobuses me gustan, me gusta pasar largas horas escuchando música, admirando el paisaje o simplemente leyendo, pero en definitiva me gusta viajar de día… y sobre todo solo. Definitivamente no me gusta la compañía en el autobús. Salíamos de la ciudad y yo dormía por intervalos, queriendo recuperar un poco de lo perdido la noche anterior. Todo iba de maravilla… hasta llegar a Pátzcuaro y sus curvas malditas –y no me refiero a las de las michoacanas, no–, han sido lo peor de mi vida. Jamás me había sentido tan desgraciadamente mareado. Nunca.

Un par de horas más tarde –y varios intentos fallidos de vomitar– llegué a Zacapu, el pueblo donde vería a mi amiga. Al reunirnos con su familia me recibieron con un caldo de camarón que me regresó a la vida y también regresó el color a mis cachetes. Después de dejar la mochila, me llevó a la laguna del pueblo, y luego a la Angostura, un complejo de la laguna que se usa como parque recreativo, y sí, para beber también.



El pueblo se destaca por su falta de tráfico y el auge de las bicicletas. Es un pueblo sumamente tranquilo, en el que yo no podría vivir. Esa noche fue de lo más rara, por la “conbebencia” que hubo, pero eso no lo puedo contar aquí… lo que pasa en Zacapu se queda en Zacapu.

Al otro día en la mañana nos llevaron a Quiroga, la capital de las carnitas, y aquí debo de decir que los rumores son ciertos, son las mejores carnitas de la vida. Gracias al Jesus de las carreteras ya no sentí tanto las curvas, comenzaba a curtirme. Después de un paseo por un gigantesco mercado de artesanías tomamos un taxi –compartido– al siguiente destino: Pátzcuaro.



Llegamos temprano y tuvimos que encontrar la casa en la que nos quedaríamos, muy cerca de la basílica. Después de dejar las cosas partimos a la célebre isla de Janitzio. Esta isla es famosa por la estatua que se encuentra en la cima, la cual es un mirador; también por sus pescadores y por sus charales. Después del tour obligado, comer cientos de charales, y beber un par de cervezas, volvíamos a Pátzcuaro.


Esta vez nos dedicamos a conocer la ciudad, probar las nieves y tomar unos excelentes tragos.  Para este punto ya habíamos caminado más de 20,000 pasos (gracias fitbit). De trasfondo teníamos la procesión del silencio: un extraño “rito pagano” que consiste en caminar por toda la ciudad –descalzo– emulando a los Judas, esta experiencia fue entre impresionante y escalofriante. Pátzcuaro es un pueblo sumamente religioso y se puede notar de más de una forma. Esa noche acabamos en Al carajo, una de las mejores mezcalerías de la ciudad, amén.



Después de no poder dormir muy bien la noche anterior, desayunamos en una menuderia del pueblo, si Pátzcuaro me había encantado, sus asequibles precios terminaron por enamorarme, Había que apurarse, daban las 10 de la mañana y el último punto turístico del estado nos esperaba: la ciudad de Morelia. Nos dirigimos a la central y después de una hora estábamos en la ciudad.



Lo primero que hicimos en el centro fue tomar el tour en tranvía, que nos mostró los edificios más coloniales y representativos. Morelia tiene ese sabor a ciudad colonial que se comparte con otras ciudades capitales. La siguiente parada fue el museo del dulce, donde se explica su preparación desde los tiempos porfirianos hasta la actualidad. Desde que llegué a Michoacán soñaba con probar los “gazpachos” y la espera había terminado –y válido la pena–; los gazpachos son fruta picada (jícama y piña) con chile, salsa y queso… sabe más rico de lo que suena.



El tiempo se agotaba y después de cumplir con la tradición de viaje –comprar un imán para el recuerdo– nos dirigimos al restaurante “San Miguelito” uno de los más lujosos y gourmet de Morelia, donde nos encontraríamos  a la madrina de mi amiga. Después de unos minutos ya comíamos, aún recuerdo el sabor de la arrachera al chocolate que probé… y mejor aún el postre: panque de elote con helado de mazapán; todo acompañado por un par de cervezas artesanales. Una delicia de lugar y delicia de compañía. Ups… el tiempo nos comía y teníamos que llegar o el bus se iría… sin nosotros.

Tuvimos la suerte (aquí usted deberá decir si ha sido buena o mala) de que nuestro taxista fuera chilango, y gracias a él pudimos llegar a tiempo a la central. El viaje había terminado y era tiempo de volver. Mientras yo pensaba en lo fantástico que había sido todo… el karma me tenía preparada una última jugarreta… el pero temor de todos los viajeros: ¡una gorda a lado del asiento! Después de 4 horas de suplicio se bajó y pasé la última media hora en tranquilidad… hasta que llegó mi amiga.



Llegábamos a la ciudad de México (aka CDMX) aún en horario laboral y era tiempo de descansar. ¿Les gustó? ¿A qué otro pueblo mágico debería de ir? ¿Han tenido gordas como acompañantes en el bus?
Aquí el fin de mi crónica de Michoacán, los pueblos mágicos y las gordas de los buses

Comentarios

  1. Yo soy de Michoacán :O no precisamente de Pátzcuaro, pero totalmente entiendo lo que sufriste con esas endemoniadas curvas: ¡Son la muerte! y he de decirte que más al sur hay otras peores, en fin. Me gusto mucho tú crónica, viví varios años en Morelia y los gazpachos son deliciosos. ¿Pudiste probar la nieve de pasta en Pátzcuaro? Es uff. Lástima que no viste Morelia de noche es muy bonita, yo disfrutaba mucho las calles que se encuentran detrás de la catedral (escondidas) porque hay cafés, callejones y librerías de viejo. Hay una calzada muy famosa, de San Diego no sé si la viste pero está llena de árboles y aires del siglo pasado, era mi lugar favorito. ¿Qué otros pueblos mágicos? mmm... No es pueblo mágico el que mencionaré creo, es Camécuaro, es un lago espectacular con agua azul celeste, es muy bonito en verdad. Que gusto que hayas disfrutado tu viaje y este comentario se está haciendo larguisímo...Un abrazo.

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    1. Yo soy del De Efe,jaja, y quiero dejar el pueblo una temporada. Han sido las peores, hasta ahora... y no quiero conocer las que dices.

      Gracias por leerla.Sigo echando de menos los gazpachos. Sí, fuimos a la procesion del silencio, estaba rica, de hecho todas las nieves eran muy ricas. También fuimos a la mezcalería "el carajo", rico mezcal. Ese dia teniamos prisa, pero me encantaría volver pronto. Creo que no fuimos a esa calzada, o no recuerdo el nombre.

      ¿Queda cerca de Morelia el pueblo que mencionas? La crónica es larga, así que no te preocupes en extension. Siempre le dedico tiempo a las personas que leen mi blog.

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    2. Relativamente, bueno 2 horas, no es tan cercano, pero Morelia tiene su magia por si misma. Ya no me preocuparé por la extensión de mis comentarios :P

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    3. Me parece que ire a Michocán pronto, probablemente me pueda dar una vuelta. Me hace falta conocer más Morelia...

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    4. Yo soy de La Piedad, si en tú recorrido te pasas cerca de aquí, sería genial coincidir. Un abrazo Juan 😄

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