Fragmento 207: M.A.C.M.E.O
Medianoche
La veo. Dentro de un
vestido rojo ¿o un vestido rojo dentro de ella? Un escote implacable. Unos
grandes labios rojos pálido. Vestida para matar. Viene hacia mí. Estoy drogado.
Se acerca más. Estoy ebrio. La tengo enfrente. Ella me saluda, se coloca
fieramente frente de mí, tan cerca que puedo oler su embriagante aroma, una
mezcla de almizcle, sudor y pasión; traducción: feromonas mortales. Pone sus
nalgas casi desnudas frente a mi cintura, caigo, voy cayendo. Dice la típica línea
de bar: “Me invitas un trago, guapo”. No suena a pregunta, suena a invitación.
Mi mente dice que no. Mis manos difieren y están yendo hacia la cartera, la
imprudencia domina sobre la razón. Mis manos sacan un billete, lo pasan por su
cara y lo lanzan justo a la barra. Digo: “Dos de lo que pida la señorita”. El
barman nos da los tragos, una copa verde burbujeante. Hasta el fondo, digo yo.
Ella guiña un ojo y se me queda mirando profundamente. Cierta malicia en su
mirada, cierto deseo en la mía. Creo, y tan solo creo que ambos sabemos a que
jugamos está noche. El líquido pasa por mi garganta y la droga que llevo dentro
me hace sentir más todo, el trago, el deseo, el sudor; cosquilleo en la punta
de los dedos. Un mar de sensaciones, y las luces nocturnas no hacen más que
potencializar mi deseo. El deseo de una mujer fatal como la que me he topado.
Un guiño… me acerco a ella. Cierro los ojos. Sé que he perdido, he perdido mi voluntad.
A quién engaño estaba deseoso de hacerlo.
Amanecer
Despierto en la tina, tiemblo
un poco, todo está lleno de hielos. Mi cabeza gira, mis brazos escuecen, y
tengo un dolor profundo del lado derecho. Observo el agua con hielos, tiene
tintes rojizos, diluida, como el vestido de la noche anterior. Una nota de lado
derecho con una horrible caligrafía llama a alguien, tienes cincuenta minutos
antes de morir desangrándote. Mi boca sabe amarga, terriblemente amarga. El vértigo,
la paranoia, todas las malas decisiones de la noche anterior. Caigo en cuenta,
he sido presa de un robo… un robo de algo vital. Un órgano. Comienzo a
hiperventilar, el mareo de nuevo, terrible y directo. Recuerdo esas historias estúpidas
en la ciudad que sonaban hace años, no salgan a los antros porque les ponen éter
en los hielos, y luego les roban sus órganos, o agujas con sida y asesinos
seriales que te ligaban solo para asesinarte. Mi madre me lo advirtió. Jamás pensé
que fuera a ser presa de esto… intento mantener la calma, lo poco que queda,
tomo el teléfono y le llamo a mi mejor amiga, ella debe ser la primera en
enterarse. Hola, Julia, habla Ana, estoy en un motel de paso, y necesito que
vengas por mi… lloro, tiemblo, grito, y le digo: ese hijo de puta me lastimo,
me cortó, me robó un riñón. Julia grita y me pide la dirección, dice que ya
viene y que todo estará bien. Yo sé que nada estará bien. Nunca será igual.
Crepúsculo
Nos besamos, las luces
siguen adornando el panorama, sus labios son más rojos que antes, permeado por
la sangre que los humecta, sangre proveniente de mis pequeñas mordidas. Paso mi
lengua por sus labios, son grandes, demasiado carnosos, lo que me provoca morderla
más, lastimarla. Sí yo estaba borracho ella está ahogada en alcohol, después de
la primera ronda vinieron tres más. Mi hígado estaba demasiado destruido como
para importarle un trago o cien más, no habría diferencia. El ánimo está a
tope, todo caldea. Mi deseo está en su esplendor, he memorizado todo el vestido
satinado, mis manos lo conocen todo, sus piernas, las intersecciones, y una
carne espesa, con demasiada crema corporal. Mis manos tienen “brillitos” que han
resultado de los tocamientos por todas sus zonas erógenas. Ella está caliente,
yo lo noto, yo lo sé, ella lo sabe, su lengua lo sabe. Siento su pulso, su
ritmo cardiaco, las pulsaciones de su entrepierna. Una chica más, una chica
suicida que no sabe en lo que se ha metido, ni con quién se ha metido. Hoy soy
un sueño hecho realidad, mañana seré tu peor pesadilla. Poso mis manos en su
cuello y fantaseo con ahorcarla, con ahorrar el sufrimiento y hacer el proceso
de extracción con un cadáver, no, el juego no va así, recorro mis manos hasta
su boca, y ella chupa mis dedos, tenemos que salir de la noche, e ir a la
madrugada. Tenemos que hacerlo esta noche. Hacerlo todo.
Mediodía
Julia ha dicho que llega
en veinte minutos, yo me revuelvo en el hielo, sigo temblando, pero no por el
hielo, sino por la ansiedad, el miedo, la incapacidad. Ese hijo de puta, lo
recuerdo, bigote ralo y patillas en conjunto, rubio. Me pareció sensual,
desaliñado, su palabrería me atrapó, tan desinteresado, tan seguro de lo que
haríamos. Su mirada tan penetrante, sus ganas de comerme con los ojos, y cada
movimiento de sus manos, parecía que sabía exactamente en que momento y lugar
ponerlas. Él tenía experiencia. Bebimos lo mismo, solo que a él no parecía
afectarle el alcohol, y a mí sí, demasiado. Tal vez fue por la tacha que tomé
antes. Ya no quiero recordar, no quiero saber cómo fallé tan drásticamente en
este punto de mi vida. ¿Qué le diré a mis padres? ¿Qué le diré a mis hijos
cuando los tenga y pregunten por una horrida cicatriz en mi costado? ¿Qué su
madre se divertía de noche y se topó con el infeliz equivocado? Comienzo por
llorar de nuevo, ¿por qué yo? ¿Habrá sido el vestido rojo? Lo maldigo, lo
maldigo, lo maldigo. Lloro hasta que Julia llega con los paramédicos. Cuando la
veo entrar, me siento desolada. No sé que sigue para mí en esto llamado vida.
Crepúsculo
Ella parecía todo lo
contrario a primera instancia, según mi yo drogado ella era fina de la cara, y
tersa, le realidad es que tiene la cara granulosa y rasgos toscos. Una nariz
demasiado ancha, no pequeña como yo quería. Sus labios son la única cosa
salvable, pero los he dejado demasiado lastimados para seguir jugando esta
noche. Su color de piel no era tan pálido como yo pensaba, es un moreno claro,
cosa que me produce repulsión. Malditas luces de noche me engañaron. Cuando se
desvestía sabía que era una cualquiera más, todas las mujeres pueden
desvestirse de una forma sensual, pero pocas pueden vestirse de una forma
sensual. Al verla desnuda lo confirmé, era ella, era un blanco perfecto, carne
demasiado tocada por otras personas, con pequeñas imperfecciones, que al ojo
humano hubieran parecido corrientes, a mi causaban enojo, ella no era perfecta,
pero pudo haberlo sido, y eso era lo que me enojaba, su falta de interés en su
persona. Mientras se desvestía y se tocaba enfrente de mí, suplicándome que la
llenase, yo me imaginaba sometiéndola, golpeándola, amarrándola, apretando
demasiado fuerte, o tal vez demasiado suave. Pronto todo se materializo, y la
golpee. Solo un golpe suave y directo a su frente, ella quedó inconsciente. No
tuve sexo con ella, eso hubiera sido relacionarse demasiado, y ella era un
objeto. Le pinché el brazo con anestesia local, y preparé las herramientas, no
me tomé la molestia de desinfectarlas, con todo el alcohol que tenía en su ser,
seguro ayudaría. Suelto una gran carcajada y procedo a cortarla. El bisturí
entra en lo más profundo de su costado, y la sangre sale como respuesta automática.
Plop, no siento nada. Meto la mano, hago los cortes indicados, y tomo el riñón
lo empaqueto en hielo seco y lo pongo en una hielera. Sigo dudando en si
debería dejarla morir o salvarla, una más una menos. Un objeto de intercambio
más, uno menos.
Epilogo - Ocaso
Juran sale de su
deportivo negro, va calzado con una chamarra de piel negra como la noche, botas
militares y gafas de aviador. Su cara no muestra sensaciones. Lleva en la mano
derecha una hielera de tamaño mediano. Se acerca a la camioneta Escalade negra
con vidrios polarizados, y entrega la hielera, una mano enguantada le da un
portafolio. Intercambian un par de palabras, y Juran asiente. El proceso de compraventa
ha acabado por esta noche. La noche permanece tranquila y fresca, todo es tan
diferente como hace unos días. El pasaporte está dentro de la chamarra, y la
maleta dentro de la cajuela del deportivo. El boleto de avión a Costa Rica está
en la guantera. Todo está sincronizado y a tiempo, no todo funciona aleatorio
en la mente de Juran. Es tiempo de tomar unas vacaciones, unas vacaciones bien
merecidas. Juran pasará una temporada en la paradisiaca isla, hasta que el caso
de Ana sea archivado en los recovecos de los judiciales, y se transforme en un
número más. Pero Ana no será un número más para Juran, siempre será un número,
pero con seis ceros. Juran siempre recordará el suave tacto de sus riñones.
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