Crónica del “paro-huelga” de los mineros en Perú
¡Ah! Conseguí una computadora –y un poco de tiempo libre- después
de todo este lapso sin haber escrito. Y no es no que no hubiera tecnología en Sudamérica
–de los lugares en los que he estado Argentina es el mejor en cuanto a este
aspecto- sino que es complicado escribir estando aquí y no allá…
Como saben la idea del blog es escribir reseñas, pero por lo que
resta del viaje se dedicará únicamente a mis travesías de viaje. Probablemente
haga otro blog para estas “crónicas”, tal vez no. ¿Les gustaría ver un blog
dedicado exclusivamente a mis viajes? Tengo unas historias muy buenas.
Como leyeron en la entrada anterior, estoy viajando por Sudamérica…
Ahora me encuentro en… (?) La entrada de
hoy está dedicada al viaje de Lima a Puno, hasta llegar a la frontera. Digamos
que es la primera parte del viaje… ¡Espero lo disfruten siquiera un ¼ de lo
mucho que yo lo hice!
Aún recuerdo esa conversación:
-¡Hola! ¿Quieres ir Bolivia? –Hola, claro, ¿por qué no? En ese momento supe que
tendría que ir a Lima por mí –nueva- compañera de viaje, la señorita Victoria.
Después de semi ajustar las fechas nos embarcamos en un –suicida- viaje de 25
horas en bus; he de confesar que si vas acompañado difícilmente se sienten
tantas horas. Lo de suicida fue por la forma de conducir del chofer del bus… a
esa forma de manejarse por la vida sin un ápice de seguridad por la integridad
humana no creo que pueda llamarse “conducir”. Sentí mi vida por los pelos,
inclusive tomé la mano de mi acompañante en toda la noche, creo que le dejé moretones.
Al llegar a tierra casi beso el suelo. Cabe aclarar que soy del De Efe –chilango
de corazón- y acepto que los de ahí manejan de la mierda, pues bueno, jamás extrañé
tanto la forma de conducir de los mejicanos.
Al llegar a Puno –con más náuseas y calambres que un marinero
recién desembarcado- procedimos a desayunar, los precios de Puno son
increíblemente bajos. Al ser temporada baja conseguimos un descuento bueno para
dar un tour por la isla de los Uros. No sé cómo esté su historia de Sudamérica,
pero la mía no era tan buena. El lago Titicaca es –jodidamente- inmenso, al
grado de tocar dos países. En la inmensidad del lago habitan tribus de personas
que subsisten, principalmente, de la pesca, de sus artesanías y del turismo. Uno
de sus habitantes nos dio el tour. Recorrimos una pequeña parte de la enormidad
del lago y llegamos a su isla, (hay muchas “mini islas”, hay una casi por cada
familia o grupo) nos dio los datos técnicos y nos enseñó su forma de
vida. Después, por una módica cantidad –digo módica sin sarcasmo, en verdad fue
baja- nos llevó a otra isla, ahí pudimos probar la especialidad del lago: la
trucha. Y como ustedes sabrán me fascina probar y experimentar con la comida,
así que probamos: ceviche, caldo, chicharrón y filete –todo- de trucha,
acompañados de unos cálidos mates de coca.
Esa noche volvimos a la ciudad, y como –la mayor parte de mi
inesperado viaje- conseguimos un hospedaje en ese instante. Las ventajas de
viajar en temporada baja son que hay pocas personas y gracias a esto puedes
negociar el precio y conseguir cosas realmente buenas. Por la noche fuimos a la
terminal –otra costumbre que he mantenido- a comprar los boletos para el
siguiente día…
Nos levantamos temprano, habíamos descansado la noche anterior para
un viaje aproximadamente de 4 a 5 horas hasta La Paz. Al subir al bus casi al
instante nos quedamos dormidos, a mitad de viaje pude presentir que algo no
iría bien, así que intenté leer y/o escuchar música mientras miraba la ventana.
De pronto nos detuvimos a causa un poste en medio del camino, yo no me
explicaba cómo es que un poste de luz se encontraba en medio de la autopista,
incluso quería bajar a ayudar a moverlo porque ellos .parecían- no poder
moverlo. A los pocos instantes nos enteramos que los mineros de Perú hacían una
huelga que tenía por lo menos tres bloqueos a lo largo de la carretera. Después
de una infructuosa plática tuvimos que retirarnos… bueno, antes decidí tomar mi
mochila e intentar caminar por la carretera. Total... ¿cuán difícil podrían ser
diez o veinte kilómetros con ocho kilos en la espalda? De acuerdo tal vez no
hubiera sido tan sencillo, pero yo no podía regresar, me refiero a ¡que en
verdad no podíamos! No teníamos el tiempo suficiente, era seguir… o seguir. Nos
enteramos que había un pueblo cerca, así que nos juntamos con otras chicas (por
insólito que parezca ningún otro hombre se animó a ir con nosotr@s) y ahí
investigamos como llegar a la frontera, porque eso era lo más cerca que
estaríamos de Bolivia…
Tuvimos un sinuoso camino, que en su mayoría fue terracería, pero
al final llegamos a la ciudad de Desaguadero, la esperada frontera con Bolivia.
Si ustedes tienen una idea de cómo son las ciudades fronterizas, es tiempo de
que la aterricen, porque son tan malas como las pintan. Todo iba perfecto –tan perfecto
como puede estar después de haber improvisado una ruta alterna que duro y costó
dos veces más- hasta que la patrulla fronteriza le decidió hacer una inspección
sorpresa a Juan…
La continuación de cómo no acabé en la cárcel y como fue la
travesía en Bolivia, la próxima semana… Ya saben por dónde… por su blog
favorito.
PD: Quisiera agradecerle a Victoria por el excelente viaje que tuvimos,,, y soportar mis arranques de chilango. Te quiero, malcriada.
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