Fragmento 993: Pájaros de la noche



Manejo. Veo el velocímetro, 50, 60, 100. Ignoro el ruido. Ignoro las risas de mis acompañantes. Ignoro el olor de la marihuana. Ignoro el sabor de la cerveza que ha quedado en mis labios, después de la cuarta no queda mucho que hacer ni que saber.
Acelero. Sigo acelerando. 100, 120, 140. Oigo los vítores de los demás, me alaban, me admiran, soy su rey. El motor no da más. Todo es recto, conozco la carretera como la palma de mi mano. El punto es saber hasta dónde queremos llegar. O en que momento queremos parar.
No hemos hablado de esto, no tal cual, no vas charlando con tus amigos de la infancia acerca de que una simple broma a un automóvil familiar se pueda transformar tanto. No vas hablando con ellos, de lo que te puedes atreverte en un momento. No vas y les cuentas que estás dispuesto a asesinar a todos y cada uno de los integrantes. No. No les cuentas que eres un animal nocturno, un pájaro nocturno, un pájaro de carroña nocturno. No les cuentas que eres adicto a la sangre nocturna. No les cuentas que vives para esto. No les cuentas que te transformas en una persona diferente todas las noches. No. No. No.
Veo un clásico, no recuerdo, mejor dicho, no sé el modelo, sólo sé que es antiguo y lujoso, por las placas. Lo emparejamos. Mis amigos saludan a los integrantes. Un tipo, asumo el padre, manejando, con un niño y una niña detrás. Noto sus miradas violentas, sus miradas de miedo. Comienzo a sentir esa satisfacción; el padre no mira, sabe que no debe hacerlo. Somos como un choque en la carretera, sabes que no debes mirar, pero en el fondo mueres por hacerlo. Al fin el padre voltea, nos saluda. Nota la tensión. Me gusta.
No sé porque los saco del camino, en mi mente lo he hecho cientos de veces, volantear contra otro auto en la carretera. El auto pierde el control, y se detiene, les cerramos el paso. El padre mira impasible, contempla las posibilidades. Tal vez piensa que se trata de un secuestro, de un robo, de algo más, pero, no vayas tan lejos, es pura, simple y jodida diversión. Somos los pájaros de la noche. El tipo sale del auto, les ordena  a los niños que se queden en el auto, ellos lloran. El padre dice que solo van a casa de su abuela, que han tenido que viajar de noche por cuestiones laborales, que siente habernos ofendido. Lo detesto. Desde el primer momento que lo veo, me asquea. ¿Quién maneja en la carretera con un traje? ¿Quién maneja a las 3 am con unos mocasines? No lo soporto. Quiero tomar una llave de cruz y asestársela en la cabeza, justo en el cráneo. Pero no quiero que ellos miren. Le comento que los accidentes pasan, que no era mi intención, que solo jugaba. Él dice que está bien, que llamemos al seguro, que todo se arreglará. Nada se arreglará, no mientras yo sea el dueño y amo de esta carretera.
Le digo que saque a los niños mientras revisamos el motor. La carretera es terriblemente fría a las 3 am. Ellos se ponen sus chamarras. El padre el abrigo. Mis amigos fingen ver el motor. Yo disfruto viendo la duda, la incertidumbre en sus caras. No sé de donde sale el sentimiento de querer alimentarme de la desgracia por las noches. Tomo la llave de cruz, le digo al tipo que si sabe usarla, el asiente escuetamente, y un segundo después la tiene incrustada en su cráneo. Los niños enmudecen. Esto no era parte del plan. Ellos no debían verlo. Bueno… ahora no lo verán más. Saco la llave de cruz y me dirijo hacia ellos. Como dije antes, esto es pura, simple, sencilla y jodida diversión nocturna. Somos los pájaros de la noche. Las aves de rapiña. Los amos de la carretera.

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