Crónicas de viaje: Queremos ir a Acapulco, como el chavo del ocho



Ah, ah, que buena mañana para escribir una crónica de viaje. Las últimas dos semanas de este mes han estado más movidas que todo el año. Como recordarán en su última edición, el primo de alguien había llegado casi de imprevisto, por lo cual hubo que improvisar dos crónicas. Ahora, había una persona que sí tenía contemplada en la agenda, y que estaba ansioso por ver, después de una fallida llegada en el mes de abril y no vernos después de dos largos años…

Jueves (de nuevo). Una lluvia tórrida azota la ciudad. Una ciudad que puede presumir de todo, ahora hasta inundaciones en cuestión de minutos. Salí del trabajo, y me dirigí a dejar el auto en casa, tomaría el transporte público…hasta que la lluvia me dejara. Logré abordar uno, y me encaminé hacia el centro, mi amiga de Perú y sus amigos esperaban por el mejor guía de turistas improvisado…que conocían. Llego al centro con una hora de retraso, algo que no es común, pero tampoco es que pudiera controlar las inclemencias de la lluvia. Llego al hostal, cruzo palabras con la recepcionista. Anuncio mi llegada. Tomo asiento, no traigo libro, así que me pongo a mirar mi celular. Las personas creen que no siento nervios, nervios de ver a una persona que no has visto en años. De pronto todo el tiempo que transcurrió se comprime a escasos segundos de volver a vernos. Tiemblo por dentro, sigo esperando. Ella se aparece por las escaleras y le doy un largo abrazo, sí soy malo para las despedidas, soy peor para los reencuentros. Ella trae una bolsa llena de presentes, pero al instante le digo que he dejado el auto, y que ya habrá tiempo para verlos. Sus amigos se presentan, dos chicas y un chico. Sus nombres son Dalia, Charito y Daniel.

La pandilla
Comienza el recorrido, nos encaminamos a la catedral, pero la primera parada exprés es probar la torta de tamal verde, después vamos por detrás de las ruinas de templo mayor y les enseño algunos vestigios. Llegamos a la catedral y sesión de fotos y selfies inicia. La segunda parada exprés es probar los míticos tacos al pastor, paramos en una taquería cerca del zócalo, y mis amigos peruanos quedan maravillados…y enchilados. Creo que saben el dicho que, si un mexicano dice que no pica, a un extranjero le picará, y que, si a un mexicano le pica, mejor debes alejarte. Aseveración que en todo el viaje fue correcta.
Tacos al pastor, mi amor.
La primera parada establecida es en El Talismán de Motolinía, donde probamos distintos tipos de mezcales desde el joven, espadín hasta uno que estaba concentrado en mango y en hierbas aromáticas. Después de como aprender correctamente el mezcal y acompañar los tragos con unos chapulines al centro de la mesa, proseguimos sobre la calle de Madero. Al llegar al Palacio de Bellas Artes la sesión de fotografías continua. Pasamos por el Hemiciclo a Juárez y el destino final será el Monumento a la Revolución. Durante todo el recorrido intento aportar datos de México, sus costumbres, y la forma de vivir en la gran ciudad. ¿A quién engaño? Me fascina presumir la ciudad y me pinto solo para ello. El tiempo se va volando, y ya es de media noche, recomiendo terminar por el día de hoy porque el viernes habrá un viaje importante: Acapulco. Ellos piden Uber, y yo me quedo unos minutos solo, esperando el mío; minutos que utilizo para trazar algunos puntos de interés en mi mente. Estuve esperando esta fecha por meses y no se me ocurren muchas cosas, así que como siempre… improvisaremos. Improvisar, aquella cosa espontanea que me sale de maravilla. El Uber llega y me dirijo a casa, he de dormir…un poco.

Chapulines y mezcal la pareja perfecta
Vi-vi-viernes. Me levanto a las seis cuarenta y cinco, justo como un día laboral, pero hoy no habrá trabajo, habrá Acapulco. Me dirijo al centro y llego en cuestión de minutos. La ciudad sigue con un clima depresivo, y la lluvia se mantiene a niveles bajos pero constantes. Después de una pequeña demora, nos enfilamos hacia el sur, y como siempre en la CDMX, hay tráfico. Logramos llegar a la primera caseta, tomo un trecho de carretera, y las horas que invertí en la carretera comenzarán a contar desde aquí. Unos cuantos minutos después llegamos a Tres Marías, lugar reglamentario para todas aquellas personas que se dirigen a Cuernavaca o Acapulco. Hablo con la señora que nos atiende, y pido un surtido de quesadillas de ingredientes mexicanísimos: huitlacoche, flor de calabaza, chorizo verde, cecina, sesos y para rematar un pambazo. Ellos están completamente fascinados por la diversidad de sabores (y yo sigo pensando en mi cebichito limeño que tanto amo y extraño) y temerosos por el picante. Después de comprar un par de recuerdos nos enfilamos a la segunda parada semiplaneada: Taxco.

Al llegar a Taxco hube que bajar una de las peores rampas inclinadas de la vida, al salir del estacionamiento había un centro joyero, donde los acompañantes compraron algunas joyas y platería, yo solo me dediqué a mirar. Después de varias compras nos dirigimos al centro de la ciudad, después de sortear algunas calles empinadas y una galería de un excelente pintor mexicano, llegamos a la catedral. Adivinaron la sesión de selfies continúo. Mientras ellos decidieron entrar a la iglesia, yo me quedé fuera mirando…a las personas, el panorama. La presencia del ejército siempre pone un poco tenso. Como era una visita exprés, nos movimos rápido y después de comprar churros, sombreros y otros menesteres, volvíamos a la carretera; a los brazos de Juan no les gusta eso.

Catedral de Taxco
Después de equivocarme de carretera (elegí la libre y no la de paga), y de sortear un toro en el camino, unos federales que me regañaron por rebasar y decenas de carros -y conductores- francamente imbéciles para manejar, volvíamos a una carretera digna. Las horas de manejo iban en aumento y el entumecimiento de mis brazos también. Pasaban las horas, yo seguía concentrado. Canciones pasaron: de Juan, de Angela, de Juan para Angela, de Angela para Juan, de Juan para los demás y de Angela para los demás. Todo iba sobre ruedas, hasta cruzar Chilpancingo. El clima en esta zona (no estoy seguro si es sierra, montaña  o selva) es bastante húmedo y cálido a la vez, y como estamos en temporada de lluvias… en este punto he de decir que nunca había tenido tantos nervios de manejar como esta vez (ni siquiera en las curvas de Puebla de noche), el mini huracán que se había desatado me impedía ver más allá de unos metros, así que tuve que bajar de 140 kilómetros por hora, a menos de 60. Mi concentración fue tanta que tuve que poner mis luces altas y quitar la música, en verdad no veía absolutamente nada. Después de unos minutos de verdadera tensión, la lluvia amainaba y yo suspiraba. Kilómetros sin lluvia después, llegábamos al puerto de Acapulco.

Como ustedes sabrán no me fascinan los hoteles, (soy un chico de hostales) ni mucho menos planear la llegada. Así que como siempre improvisé. Después de una pequeña charla con los promotores, conseguí una ganga de último momento. Todo estaba mejorando, ¿qué podría salir mal? Estábamos en Acapulco, bitch. Llegamos al hotel, nos cambiamos rápido y salimos disparados a la playa, a disfrutar un par de horas de sol. El mar estaba demasiado picado y agresivo para poder meternos, así que opté por un paseo en la playa, durante el paseo, vimos a los baywatch morenazos haciendo presente su galanura y destreza salvando a irresponsables que se metían sin saber nadar. Mientras los demás se quedaban en la playa, disfrutando de los vendedores ambulantes y sus maravillas. Permíteme decir en este momento que, si no has sido abordado por un vendedor ofreciéndote desde unos ostiones en su concha recién salidos hasta un masaje con aceite de Cacahuamilpa, en Acapulco o en alguna playa, no has vivido. Después de una cubeta de cervezas, decidimos ir en grupo a caminar por la costera, minutos después anochecía.

Acapulco, encuentra al baywatch

Volvimos al hotel para quitarnos la arena y ducharnos, pero el tiempo se iba volando, así que salimos por última vez para cenar, y aunque mis ojos decían quédate a dormir, mi estómago decía ver por ese pozole verde estilo guerrerense. Después de una cena bastante sustanciosa, que incluyó pastor, pozole, tostadas y un par de litros de agua, ahora sí necesitaba moría por dormir. Al volver al hotel me acosté, y en menos de lo que acababan de contar una historia de cumpleaños peruanos, yo ya estaba cerrando los ojos y soñando que nadaba en el mar. Era el conductor resignado, y alguien tenía kilómetros de carretera pendientes. Aunque hacia bastante calor, y yo tenía gripe, dormí a la perfección.

Y, sí, soñé con el mar, con un paraíso en el que debía estar. Aunque no sabría cuando me volvería a encontrar en un lugar así, me dejé envolver, disfruté el momento y me sumergí lo más profundo que pude. No quería creer que todo era un sueño.

Aquí concluye la primera crónica, el próximo lunes la segunda y última. Pero no se la pueden perder, habrá lugares significativos, como pirámides, basílicas y alimento mexicanísimos.

¿Alguna propina para el guía de turistas?



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