Crónicas de viaje: Tacos de pato y bares de mala muerte



The same old story, the same old situation. Parece que estas crónicas de viaje se están haciendo concurrentes en la Ciudad de México, si me lo preguntan tengo que expandir mis horizontes, así que atentos con los próximos destinos de viaje.

Sábado, domingo, martes o yo que sé, un escueto mensaje de whatsapp: “Llegó el jueves”. Mi respuesta es: “Perfecto, acá te quedas”. ¿Ya saben quién era? Por supuesto, nuestro cangrejo, aka mameitor favorito, mi primo de Mérida. Ya sabía que ese fin de semana sería de salir, beber y dormir menos de cinco horas por día, así que opté para no quejarme. No puedes quejarte con un Aráizaga. Así que recapitulemos…

Paparazzi
Jueves. Me llega un mensaje. “Ya salte.” Otro. “Ya salte, coño.” Me rio y guardo mi celular, no puedo salir tan temprano. Otro mensaje “Di que estás enfermo, pero salte”. Intento concentrarme y seguir en el trabajo. Cinco para las seis, salgo disparado hacia monumento de la revolución, esquivo autos, me paso altos (con precaución) y llego antes de las dieciocho treinta acordadas. Estaciono el auto en casa y tomo Uber, miro a todos lados, aviso que he llegado, ninguno de mis primos contestó. Entonces veo a mi prima y corro a abrazarla, le pregunto por la persona que estamos esperando, y me dice está allá arriba, señalando el monumento. Suspiro, acelerar tanto para que el recabrón esté en el mirador, da igual, ya estoy aquí, y estoy feliz por verlos a todos. El próximo en aparecer es su novio, y mi primo ni sus luces. Yo me dedico a hacer una llamada especial.




Minutos después él llega, con una parsimonia contagiosa, siempre despreocupado, siempre sonriente. Claro que echaba de menos a ese provinciano, le doy un abrazo, y él solo responde: “Tengo sed.” Típico de los Aráizaga, beber. El primer bar (de esa noche) es Crisanta, un lugar especializado en cervezas artesanales. Miro la carta y como siempre dudo en que pedir, elijo una de la variedad y le digo abiertamente a mi primo “Traigo cincuenta varios, ahí pagas, mi provincia”, él se ríe y asiente. El pide la peor cerveza del mundo, con un toque (cangrejisimo) de jengibre, y como soy el mejor primo del mundo se la intercambio. Pedimos una más. He invitado a un par de amigos, y justo cuando van llegando les digo que tenemos que movernos… de bar, necesitamos algo más barrio esto es demasiado lujoso para emborracharnos. El segundo es “Restaurant Bar Noche y Día” entramos todos, pedimos una cubeta, bueno dos, bueno tal vez tres, o cuatro… no lo sé, no lo recuerdo, creo que nadie lo hace. Y menos después de unos shots de tequila, lo menos peor de la noche. Después de una diversa platica, tenemos opiniones divididas de que lugar sigue, mis instintos dicen que sigue un terrible lugar de mala muerte.

La cerveza de Mameitor
Cerveza especial

La playera de la noche




















Pedimos Uber, bueno ellos lo piden. Yo solo llevaba cincuenta varos, ¿recuerdan? La multitud se dispersa y solo quedamos siete personas, por elección de la multitud nos dirigimos al centro. Si, voy un poco ebrio, pero he ido en autos con más personas y más ebrio. En el transcurso del camino, les comento de un bar hípster y cero mala muerte, los convenzo y los llevo a Bósforo mezcalería, un diminuto bar ubicado en las entrañas del centro. El lugar no estaba tan abarrotado, al menos no como en un viernes o sábado. Subimos a la parte de arriba, nos sentamos en círculo, y pedimos una cerveza para cada uno, y algunos mezcales. Dado a que el lugar no les encanta, pagamos rápidamente y nos vamos. Mientras caminamos por la alameda, a las chicas les atrae uno en plaza Juárez, y pese a mis negativas de “ME CAGA LA BANDA” todos optan por subir, y me dicen “Ay, que tiene, ay, poquito.” Hago el típico mohín Aráizaga y subimos. Total, tenían una buena promoción, compras cuatro litros y te regalamos uno más. No sé, Rick, parece demasiado alcohol para un día laboral. Pero, equis, somos chavos, la provincia no viene tiene todos los días. Bebemos y bailamos, total, ya estaba ahí.


No es una buena hora, el tiempo se ha ido volando. Han dejado sus autos en el monumento y tienen que ir por ellos, decidimos acompañarlos. Después del complemento favorito de todo borracho: comida callejera, caminamos hasta allá, y después de una breve parada en el monumento a la revolución, y una elucubración de borrachera, pedimos el Uber y nos vamos. El jueves -no tan del diablo- por fin ha terminado. Yo no pienso en la hora, y me dedico a oír una canción especial. Su canción.
Monumento  a las 3 a eme

Viernes. Cinco y media de la maldita tarde, mis ganas por salirme del trabajo me carcomen. Adoro mi trabajo, pero la última media hora del último día me matan, sobre todo si tengo plan. No hay atisbos de cruda, solo un poco de desvelo, que como se verá (y se ha viso) es lo que más me destruye. Cinco cincuenta, listo, me puedo largar. Me dirijo a Coyoacán. He quedado de verme con mi primo el mameitor en una famosa cantina de la zona, pero como siempre, está hasta la madre. Improvisamos lugares, primero de mala muerte que ya no desea entrar, y se pone un poco exigente. La elección es Azotea Minerva, un bar-terraza bastante ad hoc para tomar una cerveza. El paraíso de las cervezas diría yo. Le digo a mi primo: te quiero tanto que te dejo escoger mi cerveza. La primera ronda es sencilla, luego la trama se complicaría. Bebimos un par más, y después de comer huevos rotos y aros de calamar, nos decidimos a partir. Como ese día había cobrado, me toca a mí invitar, y solo para que quede en el acta, yo también pago cuentas caras. ¿A dónde después? Luego de darle un pequeño paseo por el centro, y comprar helados con licor, vamos a mi casa a dejar el auto, y pedir Uber.






Recibo una llamada que me dice que hay aniversario en un local de tacos exóticos de la ciudad al que nunca he ido, y veo la oportunidad perfecta para ir. Mi primo pide un Uber (del orgullo gay, por cierto) y nos dirigimos a la condesa. Después de haber -intentado- llevarlo a varios lugares buenos e improvisados, por fin uno que le ha encantado: Tacos de auténtico pato manila. Pedimos un par de cerveza y más tacos. Les digo que tan humilde no soy, y si llevo a las personas a buenos lugares.

El pulque más caro de la vida...
Desde ahí caminamos a la siguiente parada, avenida Tamaulipas, la avenida de los bares en la condesa. Paseamos por un par, no nos llaman, bueno a él, a mí me llaman todos, as always. La elección es una tepacheria. En este punto, me volvía a sentir mareado, pero apenas iban a dar las doce de la noche, aún quedaba mucho por conocer. Así que él pidió un tepache con mezcal (correcto, el que vale el litro diez pesos) y yo un pulque de guanábana con arándano, y una tostada de algo que no recuerdo (porque se me cayó, *carita triste*). Después de haber pagado una cuenta ocho veces más cara que en la tepacheria del barrio, fuimos al lugar que él tanto añoraba conocer, evidentemente por mis fotos, el rincón vikingo. Quiero creer que mi bebida fue adulterada en algún punto, porque estaba mareado en verdad, así que bebimos el tarro vikingo y después de las respectivas fotos, huimos.

Al salir del bar, fuimos bendecidos por un ángel de los borrachos, el señor de los tamales, y un con un cantico hermoso *leer con voz de tamales* Loooos tamaaaaleeeess, hay de cooossstilllaaaa. Nos flechó. Compramos uno para cada uno, y después de haberme ganado su aprobación por segunda vez en la noche, nos dirigíamos a casa, sí, usted acertó de nuevo, la elección fue Uber Orgullo. Llegamos a casa, y después de una llamada de treinta y nueve minutos en la madrugada, Juan, el guía de provincianos de la CDMX, se disponía a cerrar sus ojos… según este día era aja tranquilo, porque el siguiente habría un viaje exprés.

De las pocas fotos que se dejó tomar
¿A dónde diantres los llevo Juan? ¿Se perdió como pinches siempre? ¿Estuve crudo al siguiente día? Esta y todas las respuestas en la parte dos de la crónica, el próximo lunes.

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