Auxilio

Auxilio
Despertar… ¡Despertar!... ¿Despertar?... Siempre me cuesta montones hacerlo, pero hoy no. Me levanté antes que la alarma sonara, y eso no es muy común en mí. Vi el reloj, marcaba cinco cincuenta y cuatro, y mi canción favorita sonaba; despertar así siempre ha sido un deleite, pero este día no pintaba bien. Ya lo presentía.

Con el frío calado en los huesos decidí no contestar ninguno de los mensajes en mi celular, me dispuse a darme un baño mientras paladeaba la zozobra, al final del día esta seguía siendo mi única compañía… ¿Habría olvidado algo?... ¡Por supuesto que lo había olvidado!, la cita de trabajo en el centro de la ciudad; el contacto con el agua helada había reavivado mis ideas, así que salí de la ducha y abrí el armario, ¿es día de traje hoy?, ¿es hora de verme como todos esos pelmazos que revientan los restaurantes a la hora del almuerzo?. Aunque no vivía tan lejos, tendría que tomar el transporte público.

En mi mente retumbaba una duda, esa duda era de las que siempre me hacía antes de postular para una oferta de trabajo: el contacto con otras personas. Conocerlos estaba bien, pero yo sencillamente no poseía la paciencia necesaria para entablar pláticas elaboradas con ellos, me refiero, los temas superficiales estaban bien, qué tal había ido el fin de semana, qué habían mirado en la televisión, el partido de ayer, pero, en cosas profundas, la verdad es que no me interesaba un ápice. Carecía de empatía con aquellas personas, “pelmazos” era un prejuicio descriptivamente correcto.  En algunas ocasiones llegué a preguntarme si el problema era yo, si tal vez la causa de todo recaía en esa mal llamada, “inseguridad”. La respuesta brotaba de mí casi inmediatamente... ¿Por qué me costaba tanto fraternizar con humanos más vacíos que una caja de zapatos recién estrenados? Todos lo hacían… excepto yo. En otras ocasiones llegué a preguntarme si eran ellos; yo no era el jodido problema. No podía serlo. Mi inseguridad no se manifestaba hacia ellos, sino hacia mí... la verdadera pregunta era... ¿Cuán vacía me encontraba yo?

Se me hacía tarde y aun así lo único que me preocupaba era verme mezclada con toda esa gente desconocida del metro. Oficinistas, universitarios, madres solteras y corazones rotos, entes sin rumbo, sin sueños y sin dinero. La inseguridad se iba mezclando con mis dudas. Las dudas se iban mezclando con mi inseguridad. Creo que debería atribuírselo a mis experiencias pasadas.

Yo poseía cientos de defectos, pero uno de los que más se hacían presentes era el de distraerme con las personas, no solo era distraerme sino imaginarme en la mente de cada uno; en sus elucubraciones. Imaginaba que habría desayunado el oficinista, a que clase se dirigiría el universitario, si la madre soltera tendría suficiente dinero para sobrevivir la semana, y el motivo por el cual esa chica triste de lentes iba llorando. Tal vez yo era un reflejo en miniatura de cada uno de ellos, y por eso me costaba comprenderlos, por eso me costaba simpatizarlos. Me costaba comprenderme a mí misma, ahora que lo pienso esto siempre había sido parte de mí, incluso desde niña, es sólo que ahora, a mis 24 es más difícil aceptarla y vivir con ella. La siguiente es mi parada, es hora de poner mi mejor sonrisa, es hora de ponerse esa puta mascara, la máscara de la (in)felicidad.

…La ensayo, mi sonrisa, ensayo mi mejor discurso. Una última mirada en el reflejo de la ventana y estoy lista. Sé que soy una chica hermosa, pero por dentro me siento bastante destruida, siento que mi cuerpo no pertenece a mi mente, me siento en otra realidad…En esta realidad, necesito ese empleo, hay más de una vida triste conmigo: facturas, deudas, una madre que no veo hace meses, pero por la que tengo que responder, hermanos ineptos y un único alivio para mi alma, probablemente el amor de mi vida, mi perro.  

Esta es la tercera entrevista del mes, las primeras dos mostraban un panorama bastante incierto así que tengo esperanza en esta. Mi carrera no ha ayudado mucho, pero este puesto parecer ser ideal, corresponsal de eventos artísticos… La única desventaja es que en esta ciudad no hay demasiados, aun así espero correr con suerte. Al llegar noto la “competencia” y no se ve muy prometedora, salvo por ese sujeto de corbata azul sentado a mi derecha. Me le quedo mirando, algo tiene, solo que no concibo comprender qué. Quizá sea la mirada pérdida. Tiene algo de atractivo, supongo que es porque se me hace misterioso, además su barba de tres días tiene un toque especial. Mi color favorito es el azul, espero no estar desvariando... Siento el color subir por mi cara. ¿Emoción, nervios, pasión? Sentimientos que creí haber olvidado en todo este tiempo.

-¡Señorita Salas adelante! - ¡Laura Salas! No hay respuesta. 

Escucho entre voces mi nombre y me doy cuenta de que estuve a punto de perder mi oportunidad. Tomo un respiro y me veo camino hacia esa puerta pero siento que no estoy, de nuevo me transporto a la otra realidad. Siento que dejé una parte de mí mirando a ese chico.

Es tiempo de sacarle provecho a esta máscara, la necesito más que nunca. Estoy preparada. 

-Señorita Salas, en una sola palabra, ¿quién es usted?

Esa pregunta retumba en mi cabeza mientras estoy sentada frente a este hombre que no me inspira ni la más mínima confianza.

-Bueno, en una palabra... (Pienso en decirle: inseguridad, miedo, desconfianza; pero opto por una mentira), en una palabra, me definiría como persuasiva. Usted verá, mi vida no ha sido nada fácil, pero estoy agradecida porque he llegado aquí. Después de todo y todos…

-¿Todos? El tipo sonríe, y escanea rápidamente mis piernas. La entrevista prosigue y toma un tono un poco más íntimo. Veo en su sonrisa pícara, la maldad de todo hombre soltero, viejo y con ganas de probar carne joven. Comienza la ronda de preguntas personales: Con quién vivo, qué hacen  mis padres, mis hermanos, si tengo novio. Sé a dónde se dirige esto, pero aunque débil, no soy tonta, no después de todo lo que he pasado en los últimos meses. No después de todo lo que he pasado en mi vida.

El sujeto dice que ha concluido y que para agilizar el proceso deberíamos salir a tomar “algo”. Noto sus intenciones y respondo que lo pensaré; me gusta jugar cuando me dan la oportunidad. Para mi sorpresa se me acercó y dijo que no había tiempo para pensar, que en la fila habían muchas chicas esperando mi puesto. Que me dijera esto me hizo perder el control, las emociones y los recuerdos brotaron y por un momento, en mi mente, murió “accidentalmente”. De vuelta en este universo lo pienso tranquilamente, suspiro, olvido ese trago y vamos directamente a eso que los dos sabemos pero no nos atrevemos a decir. Él a pedir y yo a mencionar. Me toma por la cintura y en un irónico de la vida me dice que en la oficina puede ser peligroso; nos ponemos una cita en el bar justo al final de la calle, a eso de las 6 pm. Mientras pedimos una copa con tequila en la barra conversamos y noto su mirada desconfiada, como la de un tigre acechando a su presa, listo para atacarme. Le sigo el juego, y bebo más rápido que él, no hay nada que perder. Cuando voy por la cuarta copa, él se excusa y se dirige al baño y es entonces cuando lo veo, al chico de la corbata azul, el chico de la entrevista. Mi mirada es demasiado penetrante y podría jurar que en la de él sólo estoy yo, noto como ve mis piernas y termina en mis ojos, pero de una forma totalmente diferente a la del entrevistador, lo desafío de la misma manera, como ganándole un duelo. Por un momento puedo sentir como si el espacio estuviese vacío y me concentro en esos ojos, como viéndole el alma, casi sintiendo lo que tiene dentro, todo lo que esconde, todo lo que piensa, y todo lo que aguarda; deseo comérmelo, probarlo, sentirlo, tocarlo. Deseo que sea alguien real, en una irrealidad. De pronto y sin más llega el entrevistador, y posa su mano tosca sobre mi pierna, el contacto es duro, áspero como si tratara de saciarse con mi juventud. Para mi sorpresa el chico de la corbata no me ha quitado la mirada de encima, mientras yo, sin más, me veo forzada a sonreírle al viejo y a su horrible olor... Una mezcla de tequila, perfume y cigarros.

El tipo está ebrio. Yo desearía estarlo más. Debería pensar en un pretexto para escaparme e irme con el chico de la corbata. Huir, correr. Largarme. Entonces se me ocurre decirle que debo atender un compromiso familiar, me excuso en la grave enfermedad de mi madre. Le doy un beso frío y lleno de repudio, prometiéndole que lo veré pronto y que recordándole el trato que acabábamos de cerrar.  ¿Dónde estás chico de la corbata azul?.

Justo delante de mí alguien aborda un taxi, en efecto es él y creo que me vio, antes y ahora, parece lleno de ira. ¿Qué se supone que haga?, si lo sigo, me veré totalmente desesperada, pero sí dejo que se vaya posiblemente no lo veré de nuevo, incluso en esta ciudad olvidada por Dios. No ha transcurrido mucho tiempo entre el momento en que tomé mi taxi y en el que veo al chico de la corbata detener el suyo. Lo miro desde atrás, desde la prudencia. En la puerta, una mujer bien parecida con un niño en brazos... Amargura, tristeza, soledad. Una explosión de sentimientos, un gran cumulo. No sé qué pensar, no sé qué hacer. Voy algo más que ebria, pero no tengo tanto valor para bajarme y preguntarle quiénes son ellos. Las posibilidades son muchas, una hermana, su prima, su mujer. En el fondo sé la respuesta. Veo mis esperanzas hechas añicos, y le digo al taxi que de la vuelta. Por el retrovisor veo su cara, él sabía que estaba ahí o eso es lo que me gustaría pensar pero pueden ser simplemente efectos de copas; es hora de ir a casa, el perro no ha comido, la cama sigue destendida y mi madre debe estar hecha una loca. 

Un impacto sordo atraviesa y rompe todo, siento una calma infinita. No hay ruido. No hay presiones. No hay nada. Cierro mis ojos, e imagino al chico de la corbata azul. 




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