Fragmento 356: Paredes ahogadas


Estoy frente a las paredes, paredes ahogadas, paredes solitarias, y yo me encuentro rasguñándoles; suplicándoles que me escuchen. Les cuento mis secretos, mi pesadez. Parecen no escuchar, parecen no entender. Imagina como me he de ver, con la cara a la pared, susurrándoles. Adivina que les cuento, les cuento de ti, de tu última despedida. Opto por escribir sobre ellas porque parecen no entender lo que les susurro.

La última noche que te fuiste había mucha rabia, claro que te había visto con rabia en otras ocasiones. Incluso cuando bebías, pero esta vez fue totalmente diferente, había una rabia sorda en esta ocasión. Había un enojo total y fulminante, yo sabía que sería la última vez. Pensé que había sido suficiente. Esa mueca de sarcasmo y ese semblante sardónico no abandonaba tu cara. Nos tumbamos en la cama, de alguna forma que sigo sin comprender. Nos mirábamos a los ojos, pero los tuyos ya no decían nada, no como siempre lo hacían. Tus ojos me hablaban siempre, y cuando no lo hicieron sabría que sería la última vez. No dijimos mucho. No había tanto que decir. Te abracé y poco a poco fui calmando tu ira, tu rabia. Sin darte cuenta nos quedamos dormidos, tú en mis brazos. Sigo echando de menos la textura de tu ser en mí, tu piel, la forma en la que sabías. Todas las mañanas lo único que deseo es hundirme en tu cabello, solo para saber si sigue oliendo igual que esa noche, igual que la última noche, igual que en mis sueños.

Nos encontrábamos en la fila del taxi, ambos estábamos desesperados. No te gustaban las filas, nunca te gustaron. Así que me colé y pedí uno, nadie pareció notarlo; robots con máscaras de personas. Todo era imperceptible. El taxi llegó, me subí, no iba en mis cabales. Te busqué, busqué aquello que creía haber perdido hace tiempo, pero no estabas, así que te llamé, respondiste hoscamente, dijiste que habías ido por un sándwich. Un puto sándwich al amanecer. Me rendí. Dijiste que esperarías, que no querías llegar a casa. Intenté calmarme y no sobre reaccionar, pero no funcionó. Imaginé lo peor. Aunque lo que verdad dije fue que estaba bien, y que sería un buen pretexto para escabullirte en mi cama, y así poder dormir juntos. Basta.


Abro mis ojos y no te veo. Perdí el tacto. Te perdí a ti. Me siento francamente estúpida viendo a las paredes. Sé que no vas a volver.

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