Fragmento 640: Hagamos pequeños paseos
Bamboleo. El
volante vibra. Aún poseo la capacidad de sostenerlo con una mano, y poner mi
mano sobre su pierna. El sol resplandece, se encuentra en su punto más álgido.
15:30 hrs, llevamos una hora en la carretera. Volteo, la miro, y sonrío como
estúpido, no puedo evitarlo, verla me hace sonreír. Aprieto un poco más su
pierna, y le subo a la radio. Me acomodo las gafas y canto: "Asteroide".
Ella hace una mueca, pero al final sonríe, detesta esa banda, yo lo sé, y
sonrío el doble. El sol mezcla nuestras sonrisas. La carretera es el artificie
de nuestra felicidad.
Vamos por el
segundo paseo juntos, y el primero en el cual le puedo demostrar por qué soy el
chico de las carreteras. Se lo podría decir, pero confío en que ella lo
descubra. Vuelvo a poner mi mano sobre su pierna, no quiero que el sol la
queme, pero al quitar mi mano, he dejado una marca roja, quiero proteger cada centímetro
de ella. Quiero cuidar cada pizca que ella posee. La veo de reojo y me saca la lengua. Una
lengua que he extrañado desde hace kilómetros. Esa forma de sacar la lengua que
enamora, esa forma indescriptible que tiene de ser ella y solo ella.
Norte. El destino
es norte. Norte, como su apodo. El apodo más dulce que jamás se me ha ocurrido.
Después de una selección musical auspiciada por la interferencia de la
carretera, y la radio pública, llegamos. Una ciudad colonial por excelencia. He
estado acá un par de veces, graduaciones, bodas, borracheras, pero jamás había
venido con alguien especial. Nunca con alguien tan especial como ella. He
estado solo montones de veces, he viajado solo montones de veces, ahora no
quiero hacerlo más. Ahora está ella.
Atravesamos la ciudad de los arcos en el auto,
la magia de la carretera se había acabado. Entramos al centro caminando, las
rocas antiguas generan un ambiente indescriptible, tantas historias que
reposaban en nuestros pies. ¿Magia? ¿Colonialismo? Puede que todo eso recaiga
en ella. Puede que el ambiente ayude un poquito. No lo podemos saber. No lo
queremos saber.
Llegamos a la posada, lanzamos las pequeñas maletas, nos damos
un fuerte abrazo sin motivo aparente. El motivo es real es estar juntos; desde
que lo estamos no necesitamos motivos para abrazarnos, solo lo hacemos. Amamos
recargarnos las baterías. Cuando el corto pero profundo abrazo concluye, la
lanzo a la cama con mucha dulzura, y es aquí donde empieza la magia colonial.
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