Fragmento 921: No todo es negro ni todo es color de hormiga

He pedido un café grande, negro –como mi ser–, sin azúcar. Escueto, básicamente. Amargo, amargado. A las personas no les gusta el café sin azúcar, a las personas no les gusto yo. No me he cansado de repetírselos, y por supuesto ellos no se han cansado de repetírmelo: no nos gustas, eres raro, aléjate. Ensimísmate, atáscate en ti mismo, ahógate en tus libros. Quédate ahí, y quédate bien quedado. Y eso es lo que hice, eso es lo que hago.

Tomo el vaso, el calor sobre pasa la manga, mi mano arde, me gusta el tacto, me gusta que me queme. Ignoro el saludo del barista, y me coloco mis audífonos. Me acerco a la barra que da hacia la calle, un cristal me separa del exterior, saco mi libro y comienzo a leer. Abro la página, quito el separador y doy un sorbo: quema. Joder que lo hace, quiero que queme. Mi lengua se escalda, avanzo al siguiente párrafo.

La veo entrar, una mujer de cuarenta años, estatura promedio, lo que más resalta de ella es su minifalda, y su decante cabello rojo oxido. Una sonrisa vaga y destartalada, me apeno al mirarla, me apena haberle dado un poco de esa atención que ella va mendigando. He visto su piel, blanca, arrugada por la vida diaria. Patas de gallo adornan sus ojos, demasiada sombra en los ojos. Me recuerda a las pinturas de Marilyn Manson, donde los tonos rojos y azules predominan sobre las sonrisas grotescas. Doy otro sorbo de manera calmada, el calor no se ha ido. Ella tampoco.

Ella se dirige a la barra, y pide algo, no miro, solo he bajado el volumen a los audífonos. Quiere llamar la atención, pero tiene una voz ingrávida, corriente, fuera de ser; fuera de sí. Se sienta cerca de mí, pero la entrada nos separa. Estoy concentrado en mi libro, aunque siempre he tenido la capacidad de percatarme en lo que sucede a mi alrededor. Capto sus miradas fugaces, las ignoro. Sigo con la rutina: quemarme la lengua y leer un párrafo.

La curiosidad me gana al fin y volteo a verla, ella también lo hace. Displicencia. No es la palabra que busco, pero es la primera que se me viene a la mente. Hago una mueca de horror, intento ahogarla, pero mis expresiones me han delatado. Ella me sigue mirando de una forma fija, y estoy arrepentido de haber mirado. Miro su cara, sus expresiones marchitas, una súplica de que alguien le diga algo, alguien le diga “hola”. Vuelvo la mirada al libro. Mi café me sabe horrendo, le perdí el gusto, el sabor. Me concentro en el libro, y subo el volumen. “You´ll be fine” suena. Siento sus pesados ojos sobre mí, es demasiada tentación y vuelvo a mirarla, justo cuando volteo ella se voltea. Está ahí, sentada, con las piernas cruzadas, con su teléfono en las manos, mirando FB. Consumiendo su vida a cada instante, scrolleando, esperando, matando el tiempo. Matándose. Consumiéndose. 


No resisto más. La ansiedad ha ganado. Me levanto. Acabo el horrido café de un solo trago. Guardo el libro en la mochila. Me dirijo hacia ella, antes de llegar a ella, giro en la puerta y salgo. Miro hacia arriba. Nunca sabré si esperaba a alguien. El cielo está cargado, lloverá. 

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