Caminemos: Primera parte
I.
Caminemos, dije yo, mientras
instaba a mis amigos a adentrarnos al convento. Nos encontrábamos de excursión
por el puente largo, el puente del cinco de febrero. Siempre me gustó mofarme
que era el puente del “Superbowl”. En esta ocasión decidimos comprar kilos de
carne, litros de alcohol y un chingo de carbón; la pasaríamos de puta madre
este fin de semana. Era nuestro cuarto puente
del Superbowl que veíamos juntos, pero el primero que nos animábamos a
salir, teníamos la costumbre de acampar una vez cada tres meses, pero esta vez
era diferente, era una excursión diferente.
Llegamos a la
hacienda-convento, un lugar para acampar y pasar la noche en el estado de
Hidalgo. Elegimos este particular lugar porque decían que estaba embrujado, yo
y mis amigos éramos aguerridos fanáticos del cine de horror, nos sabíamos cada
secuencia de descabezados, habíamos visto cientos de películas juntos,
conocíamos todas las leyendas de la ciudad, habíamos ido a todo tipo de
atracciones donde te “asustan” e incluso ido a campamentos de terror donde la
experiencia se vuelve significativamente más real, pero nunca decidimos ir a un
lugar embrujado a acampar, y estábamos listos para la experiencia. O eso
creíamos.
Después de hablar con el
dependiente del lugar, un extraño pata
rajada, que daba más pena que miedo, nos instalamos, e ignoramos su
discurso introductorio. Abrimos las puertas y tiramos las grandes mochilas. Habíamos
rentado tan solo dos cuartos en la grande hacienda. Misteriosamente, y por la
temporada, éramos los únicos en el lugar, y no podré negar que había un
silencio tétrico por todo el lugar. Creo que más que llegar a oír un ruido en
medio de la noche, no oír absolutamente nada, te pone los nervios de punta. Te
preparas para algo que no sabes si va a llegar o no, y eso es francamente, desgastante.
Éramos tres hombres y dos
mujeres. Venía con mi mejor amigo de toda la vida Eustaquio, y con mi mejor
amigo de la carrera, Rafael. De nuestras amigas, Alejandra, otra amiga de toda
la vida, y Lilian, amiga del trabajo. Tristemente yo no tenía onda con ninguna, así que esperaba que
fuera un fin de semana sano, a excepción de las drogas y el alcohol que
traíamos. Las chicas estaban bastante más emocionadas por acampar que el
partido, y nosotros estábamos más emocionados por atascarnos de comida y beber
como posesos. Boys will be boys.
Como salimos de la ciudad un
viernes por la mañana, y el partido era hasta el domingo por la tarde,
decidimos ir al pueblo. Sobra decir que hacía demasiado frío, los rescoldos del
invierno aún perduraban. Primero comimos en un puesto de la calle, así son los
pueblos mágicos, los puestos callejeros tienen más prestigio que los lugares
establecidos. No había mucho que hacer, así que decidí ir al puesto de
información turística. La chica nos explicó los puntos de interés –aburridos–
del pueblo, en toda su plática solo hubo algo que nos atrajo, y fue la noche de
leyendas. Durante el primer fin de semana de cada mes se organizaba un tour de
leyendas, donde se visitaban ciertos lugares, y se cerraba en uno aleatorio.
Casualmente era el primer fin de semana del mes, y sin pensarlo dos veces nos
apuntamos. Hicimos la cita para el día siguiente.
A falta de bares y diversión
en el pueblo, decidimos embriagarnos en la hacienda. Teníamos alcohol de sobra.
Intentamos hacer una fogata, pero las chicas terminaron por prenderla, mientras
nosotros, la bola de inútiles, decidimos buscar más madera. Rafael dijo: Pero,
¿qué no el vigilante dijo que no fuéramos al bos… Lo interrumpí antes de que
concluyera su frase, y le dije: cállate, puto, il vigilinti diji, suenas como a
nuestra mamá, vamos, tomamos nuestras chamarras y emprendimos el viaje. Él no
dijo nada más y nos siguió. No sabía si temblaba por el frío o si genuinamente
tenía miedo, siempre había sido el más miedoso y el más friolento. Llegamos al
bosque, y la temperatura bajó drásticamente, sí, más. Solo traíamos las luces
de los celulares, y a ciencia cierta no sabíamos cómo buscar madera. Éramos
unos pésimos machos del siglo XXI. Seguimos caminando, intentando memorizar el
bosque, a medida que entrabamos la espesura y la oscuridad se multiplicaban;
los sonidos se extinguían paso a paso, y el frío nos engullía. Hasta que
llegamos a un punto donde debíamos decidir ir por izquierda o derecha, decidí
que era hasta donde llegaríamos esa noche, no más. Podría ser peligroso, y
apenas habíamos bebido dos cervezas, el alcohol nos esperaba, las chicas
también. Rafael camino unos pasos adelante y dijo que no creía en demonios o
cosas de la naturaleza, que no creía en un carajo. Y abiertamente se puso a
retar a los espíritus que se mostrasen como eran, que se lo cogieran si querían.
Grito y se revolcó, intentando sonar convincente. Esa noche, en el bosque no
pasó nada. Yo dije que era suficiente, que una cosa era no creer y otra muy
diferente era provocar a aquellas cosas que no conocemos. Así que comencé a
caminar de vuelta, no sé si fue por miedo o respeto, pero ambos me siguieron.
Cuando volvimos a la hacienda las chicas habían prendido una magnifica fogata,
y solo nos cuestionaron donde estaba la madera. Se burlaron de nuestras
habilidades y se dedicaron a beber más rápido que nosotros. Todo se volvió
turbio debido al alcohol, y el incidente del bosque quedó sepultado.
Esa noche a mitad de la
madrugada, desperté, no sabía si había sido el frío o las ganas de orinar
producidas por las cervezas. Busqué mis zapatos, pero por algún motivo no quise
mirar debajo de la cama, me sentía sugestionado, desde niño nunca me gustó
mirar bajo la cama por las noches, mantenía esa costumbre. Esa noche dormí en
el mismo cuarto con Eustaquio, en la cama de Rafael no había nadie, no le di
importancia, seguro él había tenido más suerte que yo con las chicas. Salí del
cuarto sin zapatos, moría de frío. Intentaba no pensar en nada, pero entre más
me concentraba en la oscuridad, más nervioso me sentía, el frío no me ayudaba,
y el ambiente tampoco. Mis pasos vacíos resonaban en un eco oscuro, el silencio
me aterraba, engullía las ideas, y fue entonces cuando escuché una especie de
grito ahogado en el otro cuarto. Me puse más pálido que la leche, y caminé más
lento. Los pasos seguían resonando. Mi instinto me decía que no debería ir…
pero mi curiosidad fue mayor. Un grito ahogado en medio de la noche confunde a
quién sea, por más prudente que sea. Yo me consideraba valiente, pero esto
rebasaba mis expectativas. Sentí cada vello de mis brazos erizarse.
Decidí irrumpir en el cuarto,
asustado de lo que encontraría. Me deslicé suavemente, y encontré a Rafael
recostado en la cama, con el torso desnudo, Alejandra se encontraba montada
sobre él, ambos hacían el amor en el rincón del cuarto. Mi primera reacción fue
pedir una disculpa y salir, pero ellos estaban ensimismados en sus cuerpos que
no notaron mi irrupción. No sé por qué me quedé mirando absorto tanto tiempo,
miraba sus cuerpos, los espasmos, la forma tan asincrónica que tenían de
unirse, la rudeza de él en su cara, implorándole que se callara y no hiciera
ruido, ella intentando callar lo que sale por naturaleza. Ponía sus manos en su
cara, demasiado bruscamente. A decir verdad no sé cómo pudieron acabar en la
cama juntos, él era el que tenía menos probabilidades, una vez más la mente de
las mujeres me demostraba que eran impredecibles. Apenas había pasado un minuto
y yo seguía hipnotizado viendo el bamboleo, me sentía hipnotizado por los
cuerpos en media de la noche. De pronto oí un ruido similar al primero, y
pensé, ¿acaso todos están cogiendo esta noche? No pude haber estado más equivocado.
Dudé en quedarme mirando el espectáculo o revisar el ruido, que había sido la
principal motivación para salir. Miré mi pierna y noté que la erección bajaba,
así que decidí salir cuidadosamente, no sin antes dar una última mirada a los
pechos de Alejandra, noté que tenían marcas, ni lunares, ni nada y no les di
importancia.
Al salir del cuarto la vi. Una
sombra negra, alta, con una cara blanca, haciendo una perfecta distinción. Me
quedé inmóvil e intenté tallarme los ojos, intenté hacer algún ruido, pero no
podía, estaba aterrorizado, mi voz se había ido y prácticamente estaba congelado.
La sombra me miró fijamente unos instantes, pude ver unos ojos vacíos de todo
sentimiento, la sombra abrió su boca de forma exagerada y antes que profiriera
algún sonido, me desmayé. Quedé tirado en medio de la gran sala.
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