Caminemos: Segunda parte
II.
Al despertar, me encontraba en
mi cuarto acostado sobre mi iPod, tenía solo un audífono y en la pantalla
sonaba “Sincerely yours, Jonathan Harker”. Me desperté, confuso y un poco
mareado, no sabía si había sido un sueño, una pesadilla o algo real. Todo
parecía muy normal esa mañana, volteé a ver a Eustaquio y se veía apacible. Me
levanté de la cama y me dirigí al cuarto de las chicas y no había nadie. Bajé a
la cocina y encontré a ambas desayunando cereal, Rafael no aparecía aún. Las
saludé, y me quedé mirando a Alejandra, no podía olvidar la curvatura de sus
pequeños senos ni sus expresiones orgásmicas. Su saludo me sacó del recuerdo.
–Te he dicho si querías cereal, tontito. –No, no gracias. Tengo un poco de
nauseas hoy –mentí. Me revolví en el asiento, y Alejandra dijo: -¿Todo bien? Te
ves más pálido que de costumbre, ¿crudo? Cuando me disponía a responder entró
Rafael sonriente como siempre. Nos saludó a todos, me quedé mirando sus
interacciones con Alejandra pero no pude hallar nada ni siquieramente
sospechoso, o habían actuado demasiado bien, o todo fue una ensoñación-fantasía
mía. Al poco rato llegó Eustaquio. Todo era bastante más raro que ayer.
Salimos de la hacienda por la
tarde, decidimos comer en el pueblo. La elección fue un puesto callejero, una
señora mayor atendía. Nos sentamos y preguntamos que tenía. Ella nos enlistó
los ingredientes y yo fui el primero en notarlo, la señora era ciega y tenía sus
ojos acuosos, seguramente debido a cataratas. Mi piel se puso de gallina, y no
quise comer, así que decidí dar un pequeño paseo por el centro argumentando ir
a comprar otra cosa. No llevaba nada en la panza. Cuando me iba, Alejandra se
me unió, dijo que a ella tampoco le apetecían las quesadillas, miré de reojo a
Rafael y no noté absolutamente nada, sabían aparentar muy bien. Mientras
caminábamos, Alejandra me contó que tuvo una extraña pesadilla, en su sueño,
ella estaba dormida en un sofá, mientras yo aparecía y la miraba fijamente. Me
acercaba más, hasta que casi la tocaba. Ella se estremecía y yo no estaba muy
seguro que decir. De pronto se calló, como si la parte que siguiera fuera
demasiado mala para decirla o si le produjera incomodidad. Yo decidí cambiar el
tema y le conté mi sueño, evidentemente omití la parte del sexo, porque ni
siquiera sabía si había sido real. Solo le conté lo de la sombra. Ella tampoco
dijo nada. Al final no compramos nada y nos reunimos con los demás. Lo que sí
pude notar es que ahora tenía extrañas
marcas en la parte superior del pecho, como si algo o alguien la hubieran
chupado. Al parecer ella no sabía que las tenía, si no, no se hubiera puesto
algo tan escotado. La noche de leyenda nos esperaba, pero ya no me sentía tan valiente
para ir. Mi voluntad amainaba, y mi miedo a la oscuridad crecía en cada
respiración. Presentía que lo peor estaba por venir.
19:30 estábamos listos, con
este nuevo horario el sol se había ocultado más temprano. La oscuridad
gobernaba el ambiente. Lilian se encontraba mirando televisión en la sala,
Alejandra leía en el balcón, Eustaquio hurgaba algo en la cocina, Rafael aún no
llegaba. Yo oía otra canción en mi iPod, seguía con Schoolyard Heroes, la
canción era: “Razorblade Kisses”. El encargado del lugar tocó el timbre y yo
fui a recibirlo, los tipos del tour de leyendas estaban afuera, acababan de
llegar, el tipo me advirtió que no deberíamos ir, porque… en ese instante llegó
Rafael y nos apuró a todos, se veía diferente, rejuvenecido, más feliz, más
activo. Algo en él no era común. Demasiada felicidad en una persona no es
normal. Las chicas tomaron los abrigos y salimos al patio, abordamos la van. No
hay otros participantes solo somos nosotros, y el conductor. Se presenta y dice
su nombre: Iván. Nos comenta el breve recorrido de la noche: el castillo
álamos, el puente de la perdición y la cata encantada. Nombres bastantes
carentes de imaginación si me lo preguntan, así que mi miedo disminuyó un poco.
En el camino, Iván nos cuenta un poco de la ciudad, de sus orígenes, de que aunque no muchas personas lo sepan aquí se libraron batallas contra los franceses, justamente la guerra contra Francia es el preámbulo para la primera parada: el castillo álamos. La historia es sencilla, un adinerado francés cimentó el castillo desde la fundación de la nueva España, y lo heredó a su familia, cuando México entró en guerra con Francia, los lugareños olvidaron todos los lazos de fraternalidad y quisieron linchar al dueño. El dueño subió hasta la cima, y se encerró con su rifle. Mató a cientos de pueblerinos, hasta que se le acabaron las balas y murió de inanición. Al pronunciar la última frase, nuestra piel tembló. Sin percatarnos nos dimos cuenta que habíamos llegado. Una reja mediana nos separaba del castillo. Eustaquio preguntó: -¿Podemos entrar? Iván negó con la mirada, así que cercamos la reja, nos llevó a una especie de patio donde se podía mirar un hueco que había en la parte trasera del castillo. Una especie de calabozo destacaba al fondo, y un cráneo demasiado real nos miraba. Le pregunté a Iván si era real, y él nos dijo que lo era, y que era el del dueño del castillo. Después de morir, nadie tocó su cráneo, y aquellos que lo hacían, según decían los pueblerinos, quedaban malditos. Esto ya superaba los clichés, pero evidentemente ninguno de nosotros quiso entrar y tocarlo. Íbamos volviendo a la van para el siguiente punto. Eran las 21:15, el frío arreciaba
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