Cuento: La chica del maizal, entrega final 3/3


III.
Abro los ojos. Me siento desorientado. Mi boca aún tiene el sabor a alcohol, pero mezclado con sangre. No sé qué pasó. Lo último que recuerdo que vi a… claro, esa perra. La maldita se hizo la dormida y se quedó debajo de los cadáveres de mis amigos. Después se levantó y con los ojos cargados de ira me lanzó la mano de Galicia, ahogué un grito y quedé en estado de shock. ¿Quién hubiera dicho que esa perra hubiera tenido el temple de hacer eso? Para empezar… ¿cómo carajos se desató? Nuestra intención no era lastimarla, pero Kienhle estaba demasiado imperiosa, la situación la emocionó demasiado y se dejó llevar. Supongo que los humanos caemos en un punto dónde nuestros peores pensamientos salen a flote, y nos dejamos ir, sin pensar las consecuencias o los detalles de nuestros actos; excluyendo los atenuantes. La idea era medio atarla… pero cortar su cabello a la mitad con esa segueta no estaba dentro del plan, Galicia las traía escondidas. Pero una vez comenzado tampoco pudimos parar… algo nos dominó y no quisimos detenernos. Galicia comenzó a golpearla mientras seguía inconsciente, tal vez el cloroformo se nos pasó, tal vez algo nos controló. Al menos por mi parte me limité a observar, Gibraltar solo tomó fotos, yo era fan de mirar y Gibraltar de preservar.
No es que me arrepienta, me refiero, ya lo hicimos y nada lo cambiara. Ni siquiera me inmuto cuando ella se pone enfrente de mí y me muestra la segueta, saca su lengua y comienza a lamer la sangre de los bordes. La acerca a su pierna y se hace un corte en la parte externa del muslo, no me esperaba eso. Con que jodida loca nos llegamos a topar… sé que es inútil que le ruegue, que le suplique o haga algo, comprendo cómo es la mente de los desequilibrados. Sé cómo acabará esto, ella no parará. No necesito ser un genio. Ella me matara y se bañará en mi sangre, justo como la bruja que es. No estoy asustado y juro que ella no verá el miedo en mí. Soy un hombre y los hombres no… ¡Maldita seas! En los huevos no. A un hombre puedes golpearlo en dónde sea menos ahí. ¿Tu padre no te lo dijo? Tal vez yo haya perdido. Tal vez ella por fin haya ganado, al final ella nos sometió a todos.
De pronto observo que la perra se pone a sollozar, a llorar, rompe en lágrimas y comienza a gritar, puede que el corte le haya hecho daño en verdad. De acuerdo, está más loca de lo que imaginé. Comienza a pedir auxilio, a gritar desesperadamente. No comprendo, estamos en un maizal, aquí nadie puede oírnos. Comienzo a forcejear con las cuerdas, y siento una más floja, jalo y puedo desanudarla, la estúpida no sabe atar, y ella que se creía superior a todos. Espero que sepa que esto le pasó por presuntuosa, por intelectual, por creerse la mejor. La odie desde el primer momento que la conocí, con esa vista altanera y esa belleza particular. No quise poseerla, quise destruirla, simplemente hay personas que te producen el sentimiento de querer acabar con estas hasta el último aliento. El puto sentimiento de querer machacarles la cara en la primera oportunidad.
Las mujeres no pueden ser ingenieras, mi padre bien lo decía. Me he liberado, me quito las cuerdas, la perra estúpida ha dejado la segueta a mi alcance, pero con la mano de Galicia sosteniéndolas, arranco su mano y tomo la segueta, es tiempo de hacer pagar a esta perra por su actos estúpidos. Por fin podré demostrar cuan superar somos los hombres, cuan superior somos los López.
Camino lentamente hacia ella y le susurro mi canción favorita: Nueve norte
Sabes que te haré… -le muestro la segueta-.
Sabes lo que te haremos… -comienzo a blandirla-.
En un otoño sin invierno… -la acerco a mi boca, también lamo los bordes-.
Ella sigue llorando, ha entrado en shock y pronto estará en shock verdadero, cuando estoy a punto de clavarle la segueta en el pecho recibo un disparo. Un golpe sordo me atraviesa. Me he ensimismado en su pose de mosca muerta que ignoro por alto las advertencias de la voz que hace unos segundos gritaba: ¡Tira el arma cabrón! Es lo único que puedo repetir, tira el arma, cabrón. No puedo dejar de repetir esa frase. Sé que acabó, así que al menos tengo que hacerle algo, me adelanto y… una detonación, dos, tres, cuatro, veinte… perdí la cuenta. Al final solo puedo gritar: ¡¡¡¡NO SABES LO QUE TE HARÉ!!!! Puta, perra, bruja.
Caigo fulminado, pero al menos no de rodillas. De frente, como todo un cabrón.
Ella ganó. La chica del maizal ganó. Nos chingo a todos. Siempre fue la más inteligente… y mejor.
Lo último que percibo es su mirada, una pequeña sonrisa vengativa y mi iPhone 7 en su mano… sí era más inteligente que nosotros.

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