Ella quiere apartarme, segunda parte
II.
Camino,
sigo sin rumbo… no sé a dónde dirigirme. Todo sucedió tan rápido. Solo puedo
recordar sus ojos, pequeños como sus labios. Sigo caminando, sin cerciorarme si
iré a la salida o a las fauces del lobo…
Todo
sigue oscuro, el frío ha aumentado. Me desvanezco por segunda vez, sigo
recordando sus ojos, y el último brillo que destellaron.
**
Diez
treinta, estoy jodidamente nerviosa. Sigo sin comprender por qué hice eso, me
refiero, nunca lo había visto, pero algo que no puedo describir me dijo que lo
hiciera, invitar y besar a un chico nuevo. Recuerdo el día lunes, recuerdo que
ese extraño, pero atractivo chico no dejaba de mirarme. ¿Qué tanto me miraba?
Era una mirada profundamente extraña, pero nada incomoda… era como si él te
invitase a algo, algo que ni siquiera el supiera que era. Lo que sí sabía es
que esos ojos me ponían tremendamente nerviosa. Tenía ojos profundos, debajo de
unas ojeras que casi podría afirmar que eran mórbidas… pero como todo lo él
atractivamente llamativo.
Mi
estómago se revolvía en tan solo pensar en él, y en su rostro. De pronto sentí
calor, sentí una sensación en el vientre, un hormigueo en general. Nunca antes
lo había sentido. Nunca antes me había enamorado, siempre fui una chica tímida…
pero no siempre fui así. Mi padre era escritor y se dedicaba a perseguir los
premios literarios de cada estado de la república mexicana, así que él tenía la
fiera costumbre de movernos en cada concurso. Soy un año mayor que todos en
esta generación, me ha costado mucho adaptarme, me considero como una nómada de
lugares. Hasta este año, el año en que falleció de un ataque al corazón. Ha dejado
un poco de dinero, el suficiente para que yo y mi madre podamos sobrevivir
hasta la universidad.
Sigo
recordando el primer día en que lo vi, el lunes. No podía concentrarme en la
clase así que me dediqué a leer, leer siempre fue una forma de escapar de mis
problemas y mis imposibilidades, papá me lo había enseñado, siempre que no
pudiera resolver algo me pusiera a leer, y a escribir si era posible. Yo
siempre tenía una libreta que llevaba a todos lados, ahí ponía mis narraciones,
o mis pensamientos; me gustaba llamarlos “ahogados” por qué no tenían pies o
cabeza, sólo estaban ahí.
Sabía
que faltaba poco tiempo para que acabará la clase así que guardé todo lo que
hube que guardar y salí despavorida. Faltaban la mitad de las clases, pero no
podía contener las ganas de escapar. Saqué las llaves del auto y escapé a casa.
Toda la semana fue un martirio, pensaba que la sensación al no verlo
disminuiría, pero no, empeoró. Me puse a escribir, consciente o inconscientemente
todo era acerca de él, mi mundo discurría en él. Escribía descripciones de su
rostro, imaginaba sus manos, su torso, sus piernas, todo era él; incluso cuando
dormía él se aparecía. Yo juraba que era una maldición…de atracción. El viernes
desperté con unas terribles ojeras, sabía que no podía prolongar este desasosiego.
No podía, ni quería evadir mis emociones… al menos no después de la última vez.
Estaba más o menos consciente de los riesgos que esto conllevaría, enamorarse
siempre conlleva algún tipo de riesgo, pero estaba dispuesta a hacerlo. Siempre
seré la chica que lo arriesga todo si es la persona correcta, y mis
sentimientos me decían que él lo era. Sabía que sonaba absurdo desarrollar todo
este tipo de emociones por un rostro, por una persona que no conoces, por
sentimientos aislados. Tomé el cepillo, peiné mis cabellos quebrados. Delinee
mis ojos, y un poco de gloss en los labios. No sabía cómo, pero ese chico sería
mío.
Diez
treinta y uno. Tic. Toc. El reloj corre. He cerrado mis ojos por un minuto
entero. Llegué a las diez treinta en punto y toqué el claxon. He vuelto a abrir
y él está ahí. Con una chamarra de cuero. Aparentando ser el chico duro, aunque
su mirada sigue siendo encantadora… encantadoramente difusa. Abre la puerta y
se sube al auto. Me da un beso en la mejilla. Siento sus labios, siento el
contacto, y de nuevo el hormigueo en mí se dispara. Estoy tensa, no sé si pueda
manejar así, coloco la dirección en el GPS y pongo una lista de reproducción
que he creado específicamente para hoy: “Música
de lunares”. Él solo me pregunta: - ¿Has dormido? Yo respondo secamente sí. Lo
que él no sabe es que cada que duermo sueño con su rostro, con sus ojos, sus
ojeras, su mirada diluida. Volteó a verlo de reojo, él va absorto en la
ventana. No dice una sola palabra en el trayecto, casi estoy segura que no me
ignora, sino que en verdad disfruta el paisaje nocturno. Yo fantaseo con poner
mi mano sobre su pierna, aunque no digamos nada. La simple idea multiplica el hormigueo
por mis piernas.
Después
de conducir por dieciocho minutos y dos frases cortantes, llegamos. Yo he
traído un par de cobijas. La temperatura está en su punto ideal, pero pronto
comenzará a descender. Al bajar del auto por fin la pregunta:
-
¿Qué tanto sabes de películas de terror?
-No
mucho, son mi genero favorito, aunque estas me llaman mucho la atención, y la
verdad es que me asusto fácil, pero disfruto verlas -Quiero decirle que la
disfrutaría mucho si el tomara mi mano-.
-Pues
yo soy un fanático total, desde siempre, desde California y… -decidí
interrumpirlo-.
-
¿Eres de California?
-Sí,
bueno casi, he vivido mucho tiempo allá, y por el trabajo de mi madre nos hemos
mudado.
-Cuéntame
de tu madre, qué hace. -olvido preguntarle por sus películas favoritas-.
-Es
una activista pro derecho de los indígenas, estuvo con algunas tribus de
Estados Unidos, y ahora se quiere enfocar en la sierra Tarahumara. Todavía es
temprano, te gustaría ir al bosque a caminar, adoro los bosques, y de vuelta
podríamos traer algo de comer o tomar.
Acepté
sin pensarlo, ¿cuántas chicas tendrían una cita en el bosque la primera vez?
Estaba emocionada y nerviosa. Nunca había besado a un chico, al menos no como
éste. Él tenía algo, era especial. Parecía hecho a la medida de mí… me gustaba
enormidades. Así que decidí ir con él al bosque a casi medianoche. Me tendió la
mano y lo toqué, estaba mucho más frío que el ambiente. Pero yo estaba
emocionada y poco nerviosa, entonces me pregunté: ¿Qué podría salir mal?
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