Crónicas de viaje: Mérida, la ciudad paraíso, pero con clima de infierno




Salí del yugo del trabajo. Como trabajo extremadamente cerca del aeropuerto me decidí a ir caminando. Tomé mi maleta y llegué en diez minutos al aeropuerto de la CDMX. Como dato curioso, nunca había volado solo dentro del país, únicamente fuera. Llegué al mostrador de Viva Aerobús, documenté y procedí a la sala de abordaje. Todos los aeropuertos guardan un sabor diferente, incluso aquellos que son pequeños.

Pasaron un par de horas, mi avión tuvo un retraso de casi dos horas, supongo que fue la conexión de algún otro destino. Al bajar del avión lo primero que sientes es el bochorno de calor que golpea tu cara con curiosa extrañeza, después sube por tus brazos y finalmente choca con tu respiración. Al llegar a una de las dos puertas existentes, mi primo ya estaba ahí. Nos abrazamos parcamente (como todo buen Aráizaga) y pedimos un Uber.

Después de dejar la maleta en casa de mis tíos, proseguimos a lo que nos trujia, unas cervezas que teníamos pendientes desde su última visita. Primero fuimos a cenar a un restaurante al aire libre, pedimos un cubetazo (allá son cinco cervezas, aquí son seis), y unos nachos gigantes. Como eran las dos de la mañana el lugar cerró, nosotros nos dirigimos a un bar cercano a unas cuadras. La promoción de la noche era un misil de tres litros a solo cien pesos (100$). Inexplicablemente el misil no nos duró ni una hora, y también terminaron por corrernos del lugar. Mérida me recibía de esta forma, una forma excelentemente alcohólica, y lo que faltaría…

El día después nos levantamos a las nueve de la mañana, solo con atisbos de cruda. Decidí ducharme (sabías que usaría esta palabra) con agua fría, que sorprendentemente no estaba fría, no con el calor que rezumaba el ambiente. Tomamos un Uber al centro de Mérida y ahí iniciaría nuestro día. Comenzamos por el restaurant “La chaya maya” lugar especializado en comida yucateca, yo pedí un agua de chaya (planta endémica de Yucatán con propiedades casi milagrosas) y unos chilaquiles con relleno negro y pavo. El desayuno no estuvo nada mal, solo que yo soy fanático de probar la comida de los mercados o lugares más tradicionales y menos comerciales (como más adelante se vería). Seguíamos nuestro recorrido y llegamos a la Plaza de Santa Ana dónde vendían comida un poco más típica, yo pedí una torta de lechón (mi amor), y mi primo me pidió un agua de pitaya.



Empezamos a caminar por Paseo Montejo, una extensa avenida que alberga casas coloniales y restaurantes de lo más refinado, es una de las zonas ricas de Mérida. Llegamos al museo regional de Mérida, que tiene aspecto externo de casona; dentro había una exposición de máscaras, ha sido una de las mejores que he visto en varios meses, me encantó.




El tour de las mejores cantinas de Mérida comenzaba. La primera fue “El cardenal”, aquí pedimos un litro de cerveza clara para cada uno, en este punto he de decir que esta cerveza es una de las que más he disfrutado en toda mi mísera existencia. Tan fría y refrescante como el corazón de mi ex novia. Después de un poco de botana, proseguíamos con el tour. La segunda fue “El dzalbay” dónde probamos un tinto de verano jodidamente refrescante y un poco de botana, lo más destacable era la decoración de muralistas muy mexicanos. Yo comenzaba a sentirme mareado, pero con el calor infernal que hacia afuera la borrachera se te corta. El trayecto entre cantina y cantina fue lo peor para mí, el calor arreciaba y mi piel se quemaba a cada paso. La tercera cantina fue “La negrita” dónde probamos cervezas artesanales de Mérida, la botana fue la mejor de todas las cantinas, entre sus maravillas comimos “orejita”, jicama con habanero, y ceviche. Como dato, apenas era la hora de la comida en esta cantina, habíamos empezado un poco temprano. Pasamos por un par de cervezas a “La mentecata” con excelentes promociones y cerramos el tour de cantinas en “McCarthy´s” aquí pedimos un par de cervezas Bohemia. En este punto no nos encontrábamos borrachos, pero habían sido demasiadas pruebas en cada cantina, así que decidimos volver a la casa para tomar una siesta reparadora. No sé si lo puse en algún punto, pero el motivo del viaje era para celebrar la graduación de mi primo. Primo con el cual había tomado un poco de más.


           

Después de dormir una hora y media, y de una ducha milagrosa, me recuperé. Me sentía como nuevo. En el proceso de ponerme la agobiante corbata, ya estaba sudando a mares, y eso que ya casi era de noche. El calor nocturno de Mérida es así, imperceptible pero pegador. Mi primo llegó por mi minutos después y llegamos a un salón ubicado en… la verdad no recuerdo donde. Al conocer a los amigos de mi primo (eran más de 20, y el salón era la mitad de conocidos de él) me dijo que todos eran súper tranquilos y amigables; que como todo había unos más mamones que otros, pero todos eran buen pedo. Y sí, todos fueron chidos conmigo, hasta intentaron de integrarme. La graduación discurría normal, había demasiado alcohol, pronto nos encontramos hablando de cosas intrascendibles (que por supuesto ya no recuerdo). Eran las cuatro de la mañana, y ¡dulce sorpresa! Los meseros traían tortas de cochinita para bajarnos la borrachera, en este punto yo ya me encontraba más que enamorado de Mérida… y apuesto a que me hubiera quedado si no tuviera tanto calor. La graduación acababa, nos estábamos yendo… yo me iba con una botella de vino, amenizados por Incubus de fondo en el auto, regresábamos a casa.


Ocho cuarenta y cuatro a eme. Abro los ojos. El atisbo de cruda está ahí. Sí, ayer me puse borracho, y hoy siento los estragos. Dormir con aire acondicionado no es lo mejor para tu cuerpo, pero no me imagino durmiendo de otra forma. Nos levantamos, yo dormía en la cama, mi primo en la hamaca (me quedé con las ganas de dormir en una), nos bañamos y nos dirigimos a Progreso, la playa más cercana a Mérida.


 Al llegar a Progreso unos cuarenta minutos después, aterrizamos directamente en “Eladios” una cantina de la cual todos me habían prometido de la mejor botana, yo tenía nauseas por la noche anterior y hube que conectarla. Aunque el servicio no fue nada espectacular rescato un par de platillos y las cervezas heladas. Después de comprar encargos para la CDMX, caminamos por la playa. Lo genial de Mérida es que puedes beber y no se te sube el alcohol –tan– rápido. Así que mientras caminábamos tomábamos cerveza fría. Nos detuvimos en una palapa, porque yo me quería meter al mar. El color es bonito, si lo comparas con el negro de Acapulco, pero el agua es extremadamente salada, tanto que me llegó a escocer la piel  en unos pocos minutos. Sentados en la playa disfrutando de nuestras cervezas, probamos botana el cual no recuerdo el nombre, era masa frita con queso de bola, entre las pláticas de playa hasta me leyeron la suerte. Seguimos caminando y paramos en un bar a orillas de la playa, el concepto era southern americano y pedimos más cerveza. No es que yo aguante mucho, es que no se te sube. Caminamos por el malecón, y ahí fue donde encontré a mi amor definitivo las marquesitas, son una especie de base de masa de crepa con queso de bola rallado y gratinado, me tuve que comer dos porque sabía que no las comería en mucho tiempo. Después de una tarde en la playa de Progreso regresábamos a Mérida.


Al llegar a Mérida fuimos de nuevo a McCarthy´s, una excelente promoción de dos por uno nos recibió, y nosotros la aprovechamos. Después de haber tomado unas cuantas cervezas de promoción y un par de artesanales, decidimos ir al siguiente bar: La Gioconda. Mi primo le marcó a un par de amigos y ellos cayeron. Después de comer un plato al centro con botana americana, pedimos cervezas Modelo de litro. El alcohol comenzaba a mezclarse con la sangre… esa noche regresamos temprano a casa, si lo comparabas con las desmañanadas de los días anteriores. Esa sería mi última noche en Mérida. Al llegar a medianoche caí rendido y me puse mis audífonos… listo para viajar de vuelta al próximo a la CDMX, o Traficolandia



Llegó el sábado, el día de regreso. Me levanté temprano, con menos resaca que el día anterior y me dirigí al centro. Mi tío me llevó a almorzar al mercado del centro dónde probé una de las mejores tortas de cochinita de mi vida, después de comprar una salsa de habanero, por fin me dirigía al aeropuerto. La documentación fue muy breve, pero el transcurso me hizo sudar, maldito calor de nuevo.




Al estar en el aeropuerto de Mérida, a punto de salir, me puse a mirar los aviones, las conexiones y los rostros de los pasajeros. Siempre que estoy en los aeropuertos recuerdo esa mítica cita de El club de la pelea. “¿Por qué si puedes dormir en un huso horario diferente, no puedes despertarte siendo una persona diferente?” Después de los viajes siempre quiero ser alguien diferente…




Y sí, todo esto pasó en poco más de tres días…

¿Qué cantinas me faltaron? ¿Qué restaurantes debí conocer en tres días? ¿Tengo uno de los primos más cangrejos de Mérida?


Comentarios

  1. McCarthy's es mi bar de preferencia, especialmente cuando toca Aneurisma (dime que fuiste estando ellos) los amo (y no porque sean mis amigos xD). Te faltó DeLorean, pero cuando vuelvas de visita yo te llevo ;)

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    1. A mi me gusto mucho, y sabes? Nunca he ido al de DF.

      No, no me tocó ninguna banda en vivo, fui en la tarde.

      Ese bar dónde queda, no me llevaron a ese :P

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