Tajadas (la importancia de una muerte)




Salí de su habitación. Las tajadas de carne y piel quedaron regadas; algunas por la cama, otras por el suelo. Calma, pensé. Aún tenía muchísimo tiempo, todo había salido de acuerdo al plan. Absolutamente todo. Mi pómulo derecho aún sigue hinchado, así que sonrío. Aquí es donde ambos comprendimos la gran importancia de una venganza.

***

Gerardo sigue debatiendo acaloradamente: Pinches viejas desmadrosas, me cagan, son unas pendejas por vandalizar los monumentos de la nación, o sea, pueden meterse con todo, pero ya cuando se meten con mis símbolos patrios, ahí sí me encabrona. Además ni que las mataran tanto, más de la mitad se lo buscan, con sus faldas de putitas, a nosotros los hombres de verdad sí nos matan. Todos los hombres de la oficina nos encontramos en una especie de mesa redonda de sensibilización acerca de las marchas feministas y del día de la mujer. Sobra decir que todos bostezamos a la primera oportunidad. A mí me han obligado a venir. No puedo ocultar mi cara de hastío.

Gerardo sigue comiendo su tamal y sacando argumentos apócrifos de la chistera. Me encuentro más que harto, y solo deseo que se ahogue para que deje de decir sus pendejadas. El moderador pide calma, y yo solo miro al techo por novena vez, rogando porque pronto acabe este suplicio de una puta vez.

No confundan, no defiendo la causa feminista, no defiendo la causa machista, no defiendo nada. Ni siquiera me importa que maten a nueve mujeres al día. Ni que las destacen, ni que las quemen con ácido, ni que las violen y las tiren en las cunetas. No, simplemente no. Todo me da igual. No me atraen las mujeres, no me atraen los hombres, ni las personas, o las cosas, las afiliaciones me dan muchísima pereza como para pertenecer, me siento como un anti-todo, un anti-everything, como la canción del grupo extinto I.R.A.T.E. Solo busco algo para llevar la contraria, para humillar a aquella persona que cree saber debatir, porque es lo único que fundamentalmente sé: discutir y debatir. Creo e insisto en que no sirvo para nada más.

Y, ¿entonces, Jerónimo, tú qué piensas? El moderador interrumpe mis cavilaciones: Pienso que Gerardo es un pendejo, lo mantengo en la mente solo que no lo digo, en vez digo: Que sí a Gerardo le preocupa más pintar unos pinches monumentos estamos destinados a que la empatía con la causa se pierda, son simples monolitos de piedra tallada, todo eso se puede limpiar, todo se puede recuperar. Todo excepto una muerte, y eso le debería quedar claro. Gerardo, se sorprende con mi declaración, pero solo dice: huevos, pinche amaneradito, tú que vas a saber de muertes, eres un joto. El moderador nos insta a la calma, y termina con un aburrido video de un tipo caminando por horas sin sufrir ningún tipo de acoso. Miro el techo por última vez, y deseo saber que es una muerte, deseo emoción. El expositor dice las conclusiones de la sesión, las recomendaciones, y yo solo bostezo. Mañana tendremos otra reunión. El hastío.

Salimos de la oficina media hora antes, tomo mi mochila de forma metódica, cierro mi cajón y me dirijo al elevador. Subo solo, coloco sótano dos. Mientras desciende de forma pausada, voy pensando en que ya no hay melodías aburridas, y que es una fortuna que vaya solo, pienso: ¿quién se encargará de programar la música de los elevadores? ¿Vendrá de forma automática en su programación? Un pequeño golpe, y sé que  he llegado al sótano dos en menos de un minuto y bajo, despierto de las ensoñaciones. Camino por el pasillo delimitado y las lámparas se van encendiendo conforme atravieso, casi cuando llego a mi coche veo que las lámparas ya están encendidas. Sé quién me está esperando. Quiubo mi Jero, ¿no que muy pinche empático, no qué muy liberador a la verga? Sí sabes que ya te cargó la pura verga, ¿no? No digo nada, mi cara se mantiene inexpresiva. Intento pensar en soluciones, pero sé que no hay muchas, no llegaré de vuelta  a la oficina, no lograré subirme al coche antes que ponga una mano encima, Gerardo se ha puesto en un lugar específico donde no hay salida, al final no me resultó tan pendejo. Dejo mi mochila en el suelo, y suelto un suspiro, efectivamente sé que ya me cargó la verga.

Con el primer golpe que me conecta directo con el pómulo derecho, voy elaborando mi venganza, será planificada y no una salvajada cualquiera. 

Con el segundo golpe que azota en mi costilla izquierda y la quiebra, pienso en los instrumentos que utilizaré. 

Finalmente con el upper que me noquea, pienso el día. Listo, todo queda asentado en el acta. Bastaron tres golpes para que me cargara la verga.

Mi cuerpo cae pesadamente contra el suelo, mi cabeza azota como una sandía gigante y el pómulo termina por reventar. Sonrío, sé que mi venganza será magnifica, será única. Gerardo me voltea boca arriba, saca un gargajo de lo más recóndito de sus pulmones, se arrodilla y lo escupe directo donde tengo la sangre. Mezcla la sangre con su secreción, y aprieta hasta que todo queda de color uniforme, deseo reírme en su cara, y lo hago, pero la sangre nubla todo. Creo que se ha salpicado un poco de sangre. Se levanta y me patea la quijada de nuevo, yo me río muy despacio bocabajo. Pruebo el sabor del polvo, y no me desagrada en lo absoluto. Se ha mezclado con la sangre. Cuando Gerardo se va, suelto una carcajada profunda. Me siento en calma. 

Aquí es donde ambos comprendemos la importancia de una muerte.


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