Fragmento 631: Turno nocturno
Entramos al turno nocturno, me
dijo. ¿Turno nocturno? Estoy seguro que puse una cara genuina de imbécil. Ella
tenía algo especial, había estado con otras chicas, en otras situaciones, pero
definitivamente esta chica era especial, era diferente. Probablemente el hecho
de no conocerla totalmente lo hacía doblemente especial. Ella rebuscó en mi
mochila, y en uno de los compartimientos “secretos” halló una botella de
mezcal. ¿Mezcal? ¡Claro! ¿Quién viaja sin mezcal?
Me llevó a la habitación, a su
habitación, demasiado orden me ponía tenso, ni en mis mejores fantasías mi
cuarto estaba tan ordenado. Prendió una pequeña bocina y ella eligió una lista
de reproducción. No me dejó ver el nombre. Tomó el mezcal y se le quedó
mirando, sus gafas distorsionaban la realidad, mi realidad. Recuerdo su blusa a
rayas cruzadas, y la recuerdo perfectamente porque ella siempre me dijo que
amaba las blusas a cuadros. Se levantó la parte de abajo y me dijo: “Ven, bebe
de aquí” haciendo referencia a su abdomen. De nuevo venía la cara de estupidez,
lo presentía. Era un hecho que esta chica me tenía, literalmente, bebiendo de
ella.
-¿Cómo así? –pregunté. Una frase
que no es nada común en mi barrio, pero de tanto que la dijo en esas noches, me
la aprendí. “Tonto, ¿nunca viste las películas gringas donde los hombres beben
de los ombligos de las señoritas?” Me reí, no me gustaba que me llamasen tonto,
pero lo permití, su sonrisa me tenía encantando. Era un hecho, yo era un hecho,
la situación. Así que se recostó, y pasó la botella por su cuerpo. “Está fría,
espero que tú no lo estés”, siseó. Quise mantener un poco de control y le dije
que si tenía naranjas. “¿Naranjas? ¿En este momento? Estás loquito.” Se rio.
“Confía en mí, chula”, -argumenté. En el refrigerador, dijo suspirando.
Salí de la habitación, iba descalzo,
iba confundido, iba excitado, iba extasiado, solo iba, no quería alejarme, pero
tuve que hacerlo. Me detuve un momento en el grifo y abrí la llave, necesitaba
un vaso de agua para diluir el alcohol que vendría en mí ser. Y aunque era
mexicano, no era inmune a los efectos del mezcal. Abrí el refrigerador, la
ordenación de las cosas era diferente en México, y revisé por todos lados. En
la parte media al fondo encontré un par de naranjas, ahora solo me hacía falta
algo salado. Evidentemente no iba a encontrar chile, así que tome sal y la
mezclé con ají. Seguía siendo bueno para improvisar contra reloj.
Tres minutos después volví a la
habitación, y ella se encontraba boca arriba. Miraba el techo, había cambiado
la música por algo más suave, más sexy, más chill
out. Tenía sus ojos cerrados, y tarareaba la canción, se veía hermosamente
ensimismada en ella y en la música, pero en cuanto me sintió en la habitación
me dijo: “Ven”, con ese suave acento que me derretía. Juro que dejé caer las
naranjas, me aproximé y la besé apasionadamente. El tacto de sus labios sabía a
mezcal. Ya estaba enamorado.
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