Caminemos: tercera parte (epilogo)

III.

En la van descubrimos una caja de vino. Notable coincidencia, sobre todo si consideramos que la última parada era la cava encantada. Iván iba concentrado y decidimos tomar una botella, él no se daría cuenta. Era un vino dulcísimo y tinto. No platicábamos mucho, solo íbamos mirando las ventanas, intentando mirar a través. El paisaje era de película de terror. Desolación por doquier. Las dos copas para cada quién se iban mezclando poco a poco con el torrente sanguíneo. Iván nos dijo que habíamos llegado, y nos sacó de nuestro letargo. Nos contó la breve historia del puente de la perdición, un puente en el que solo atravesaban las parejas que eran fieles y no se ocultaban mentiras, el reto era pasarlo de noche, a las 22:11, si la pareja pasaba perfectamente y no tropezaba con ningún escalón, la fortuna les sonreiría, si acaso uno de los dos tropezaba, el otro moriría antes de caer el puente. En este pueblo eran demasiados extremistas. Iván preguntó si había alguna pareja entre nosotros, y todos nos miramos incomodos, Aunque éramos amigos, nadie de nosotros quiso investigar ni probar. Una hora después volvíamos a la van, el frío era cada vez mayor.

Nos dirigíamos a la última parada, cava encantada, casi medianoche. En la van decidimos jugar un juego absurdo, verdad o reto. Teníamos la botella vacía, así que la giramos en los asientos de la van en movimiento. Cuando la botella se detuvo apuntándome el extremo de “Obedece”, y el extremo de “Manda” a Alejandra, Iván dijo que habíamos llegado. La mirada de ella permanecía impávida, me confundía, me puso nervioso. Ella dijo de una forma neutra, continuamos después del tour, y me cerró un ojo. No supe que pensar. Bajamos de la van y nos adentramos a la cava.

Por obvias razones la cava estaba abandonada, solo resquicios de lo que había sido permanecían. Mientras caminamos observamos los barriles a medio llenar, sucios y llenos de polvo. Parece que nadie había puesto un pie ahí en meses, sin embargo cuando llegamos a la barra se encontraba limpia. Entonces, por mi mente cruzó la pregunta de: ¿Si aquí no producen el vino, de donde salió el de la van? Iván se colocó detrás de la barra, y sacó una misteriosa botella, con cuatro cruces delante. Nos dijo que era un licor especial, con un método diferente de destilación, pero que solo podíamos beber un shot por persona. Yo amaba beber, pero me dio desconfianza, algo no iba como debería, pero mis amigos ya se estaban sirviendo mientras yo seguía pensando. Nos acercamos a la barra, Iván sacó una naranja y la partió en cinco partes iguales, coloco un poco de picante. Nos dijo que la tradición era brindar por los antepasados, por aquellos que daban su vida para la creación de este licor y los que murieron por cava. No le dimos importancia, su trabajo era asustarnos. Bebimos hasta el fondo, el licor era fuerte y cuando pasó por la garganta no fue la mejor sensación posible. Alejandra pidió otro. Yo quise protestar, pero Iván dijo que por haber sido un grupo también portado nos podría vender la botella. El precio de la botella superaba el precio del tour completo, así que no parecía buen trato. Alejandra sacó su monedero y pagó. El frío había disminuido, pero ya no lo sentíamos, el licor estaba mezclado en nuestras venas.

Epilogo

Volvíamos en la van. Sacamos el vino restante, lo vertimos en las copas improvisadas y bebimos. Estábamos ebrios. Se sentía bien, el alcohol mezclado con la sangre, imaginé como sabría el vino mezclado con sangre, imaginé las reacciones químicas haciendo efecto en nuestros cuerpos. La desinhibición hizo efecto, sacamos nuestros celulares y decidimos tomarnos selfies juntos. Abrazados, besándonos, acercándonos. El tiempo transcurría lentísimo en la van, pero por fuera parecía que habían sido kilómetros. Incluso Eustaquio estaba ebrio. El alcohol ya se estaba manifestando en nosotros. Iván se detuvo y nos dijo: Llegamos de vuelta a la hacienda. Fue mi placer acompañarlos por el mundo encantado hoy. Le agradecimos, le dimos una generosa propina y bajamos. Por supuesto que no habíamos olvidado la botella.

No vimos al vigilante, todo estaba desierto. Nos quedamos en el patio, hicimos una fogata, la temperatura estaba unos grados arriba del cero, pero el alcohol nos seguía amortiguando y protegiendo del frío. Nos intercalamos, chico y chica. Acabaríamos el juego. Obedece.  Alejandra tomó una botella vacía y la giró, casualmente volvió a ser lo mismo, ella mandaba, yo obedecería. Ella fue breve: Bésame o bebe toda la botella de licor que compramos. Todos en la fogata estábamos ebrios y me dijeron que la besara… algo había en ella que no me parecía correcto, se veía sospechosa, sus ojos tenían algo, aunque puede que el alcohol hable por mí. Aceptó, susurré. Ella se me acercó, enarcó las cejas y me besó. Antes del beso, miré de reojo a Rafael, a él no parecía importarle, de hecho parecía reírse de la situación.

El contacto con sus labios fue frío. Muerto. Sin rastros de alcohol. Su lengua no sabía a nada. Fue entonces cuando lo supe, cuando la sentí. Sentí la oscuridad dentro de ella, y supe que venía hacía mí. Ella tenía los ojos bien abiertos, su lengua no me soltaba. Dejé de sentir el frío que el alcohol suprimía, ya no sentía nada. Bueno, la sentía a ella, pero yo tampoco podía cerrar mis ojos. Sentía a la oscuridad dentro de mí.


La oscuridad volvía a ser mi hogar. Nunca me dejó. 

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