Fragmento 650: B
Mete su
mano en el agua, es la única que lo hace, sabemos que hay algo en el agua, pero
nadie nos atrevemos a meterla, nadie excepto ella. Es valiente, y lo demuestra
con pequeñas acciones. El agua es cristalina, de un tono azul claro, se puede
ver la superficie, pero no el fondo. Tenemos frío, largas corrientes de viento
nos azotan, ella se despeina, se ve más que hermosa despeinada, sostiene sus
gafas con la otra mano, me dirige una mirada fugaz, una risita, de pronto mete
ambas manos en el agua gélida. Su rostro se modifica, pero está emocionada,
sabemos que va a pasar.
Y es que
ella siempre ha sido así, llena de confianza y bondad. No piensa en cosas
malas, presupone lo mejor de las personas, y lo mejor para los animales. Es el
ser más precioso de este universo, y probablemente de todos aquellos que
existan, y de todos aquellos que no. Mientras estamos en el bote recuerdo la
historia del por qué ha dejado la carne, no se la cuenta a todo el mundo, no es
como muchas personas que ostentan una superioridad moral por no ingerir carne, no.
Simplemente lo hace por el amor que le tiene a este mundo. ¿No es acaso
maravillosa?
Oímos
aquello que estamos esperando, ese particular sonido, el sonido de las
ballenas. Hemos volado varios kilómetros solo para pasar una tarde con estos
seres tan majestuosos, y nada de lo que escriba aquí le hará justicia a la
grandeza de estos mamíferos. Ella no saca las manos, solo cierra sus ojos, y
las mantiene tranquilas, las ballenas no se acercan tanto como para tocarlas,
pero su movimiento nos manda pequeñas olas que se sienten como si fueran
saludos. Ella sigue con los ojos cerrados, una sonrisa ilumina su cara, y
derrama algunas lágrimas de felicidad. Se están comunicando a través de los
sonidos. Las ballenas se sumergen, ella me mira de nuevo, y se me lanza a los
brazos. No necesita decir nada, su abrazo ha dicho ¡muchas gracias! En más de
un idioma.
Al volver a
la orilla veo que sus manos tiemblan, tiene sus piernas más blancas que de
costumbre, le digo que venga, que la abrazo, y la arropo. Sacamos la cámara instantánea,
y sonreímos al horizonte. Su sonrisa ilumina todo. Ni rastro de las ballenas,
solo el viento que mese nuestro cabello. Y nuestro corazón.
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