Fragmento 630: Piernas


Let me show you the world in my eyes, le canté, o al menos eso intenté. Tal vez la palabra cantar no sea la correcta, pero es la primera que se me viene a la cabeza. La verdad es que no me sabía la canción de memoria, ni siquiera los coros, pero intentaba seguir el ritmo mientras movía mis dedos sobre sus piernas al compás de la canción. Nos encontrábamos en la misma posición de la última vez, recostados en el sillón.  Pero esta vez me encontraba mirando fijamente sus piernas, pensaba en besarlas, tocarlas, acariciarlas, pero lo único que hacía era tararear la canción sobre ellas. Sentía el estremecimiento balancearse por mi cuerpo. Ella no decía nada, parecía disfrutarlo, casi juraba que lo hacía. Me miraba de una forma profusa, como si me invitase a hacer algo más, pero yo estaba enamorado del tacto de sus piernas. No pedía nada más. Sus piernas tenían un color carne bellísimo, pero a luz se veían blancas. No sabía cuál prefería.

La canción que salió a continuación fue “I feel you”, entonces ella quitó las piernas de mi regazo y comenzó a moverlas por todo mi cuerpo, bailando sobre mí. Tenía una sonrisa provocativa, pero no aquellas sonrisas de alguien que quiere incitarte a algo prohibido, sino una sonrisa tierna pero atrevida. Dejó mis piernas en mi pecho, y comenzó a jugar con sus manos. Tocaba sus hombros, pronto se bajó un poco la blusa de un costado y me mostró su piel. Aquella piel que tomaba diferentes tonos con el sol. Al ver su clavícula, no mentiré, quise morderla, quise enterrar mis colmillos, pero después quise besarla, pasar mi lengua hasta desgastarla. Ella sabía que me estaba provocando, el ambiente se ponía más caluroso, había una tensión terriblemente romántica. Después siguió con el otro hombro, y cuando creía que me iba a mostrar más, la música se acabó. El compilado de Songs of faith and devotion había concluido su lado A. Y ella también.


Me quedé estático, no supe que hacer, me ensimisme. No sabía si seguir el coqueteo, si besarla, morderla, poner más música, prepararme un trago. No sabía nada. Una de mis características más maravillosas, la improvisación, me estaba fallando. Y me fallaba porque estaba enamorado de ella. Te he imaginado, le dije sin pensarlo. Haciendo qué, dijo ella. Desbordándote, solté. Ella frunció el ceño y no dijo nada. Se levantó de forma abrupta y me dijo: “Si tomas mi mano, yo me lo llevaré todo”, sonó poéticamente raro, pero se la tomé sin pensarlo. No vamos a dormir hoy, me dijo con una sonrisa más provocativa que la última. 

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