Fragmento 876: Cartones y callejones


Silbo. No sé que canción es, solo recuerdo la tonada, y ha estado anclada a mi mente por horas. Horas largas de insomnio en las cuales no puedo pegar el ojo. Noches desastrosas donde me pongo a oír todos los ruidos del cubo de la vecindad: gemidos de placer, gemidos de dolor, risas, sollozos. Te asombrarías cuanto puedes escuchar en una noche a las tres de la madrugada si lo haces atentamente.
Era mi cuarta noche sin dormir; mi cuarta semana sin empleo.  Las cosas se estaban complicando, ayer tuve que buscar en los restos de basura algo que comer, el dinero se me acabó, la vida se me está acabando. Vivo en cuarto de una desastrosa vecindad, el último regalo de mi madre antes de morir. Me cuesta creer que ella tuviera tanta fe en mí, cuando siempre fui un idiota en la escuela, nunca me podía concentrar en las materias, solo me concentraba en las cosas absurdas que nadie se fijaba. No reaccionaba cuando decían mi nombre, me sentía mejor solo, y me irritaba con facilidad. Ella nunca lo comprendió. No la culpo.

A la quinta noche me decidí a buscar otra solución, mientras hurgaba en la basura vi a un cartonero, el cual me preguntó que hacía en su territorio, le dije la verdad, mi madre acababa de morir, y mi empleo también. No tenía más familia ni cómo sobrevivir. Después de hacer una mueca, accedió a que me incorporará con él, y esa noche recolectamos cartón juntos. No era gran lujo, pero me sentía más productivo que en el último mes.

Dentro de un par de días encontré la fascinación el cartón, en sus pliegues, en su textura, en su olor. Sonará idiota, pero el cartón me hacía mucho más feliz que otras personas, pronto comencé a guardar un poco para guardarlo en vez de venderlo. Comencé a recolectar de día además de la noche, pronto comencé a enojarme cuando veía que la gente lo maltrataba o lo cortaba sin cuidado. Estaba obsesionado con el cartón. Ahora lo sabía.

Una noche, el cartonero de la primera vez iba bastante ebrio, tenía días sin verlo. Él no me había visto, de pronto comenzó a orinar sobre el cartón que yo había recolectado por el día. Sentí mis manos tensarse. Mi mandíbula contraerse. Mi enojó se desbordó y me superó, me le lancé sin contemplación, lo derribé, y tomé una pequeña navaja que el poseía para cortar el cartón, lo acuchillé. Una vez que empecé no pude parar, una tras otra, adentro afuera, imaginé todo lo que el cartón sufría mientras la gente lo cortaba y maltrataba. Alguien debía parar por todas las injusticias. Yo comprendía las necesidades del cartón, ellos no. Seguí introduciendo la navaja en el cuerpo inerte del cartonero, ya no había respuesta. Había perdido el control.

La voz pastosa del cartón sonó en mi mente, me decía que debía deshacerme de él a la brevedad, o nos privarían de estar juntos. Tomé un diablito para el cartón, y subí al que creí que era mi amigo, le puse cartón encima para disimular, el cartón me lo ordenó así, yo no quería dejarlo, pero obedecí. Caminé jalando el bulto, no era algo más para mí. Al llegar al callejón di un par de vueltas, decidiendo si dejaría mi preciado cartón encima de un paría que no valía nada, lo tuve que hacer, y me alejé sin mucha convicción. No sentía remordimiento, exceptuando el cartón.

Tenía que seguir juntando cartón, nada me detendría.


**El fragmento anterior fue inspirado en un hecho real, que sucedió en las calles del centro historico, evidentemente el tema del cartón es mío.

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