Fragmento 501: Desayuno dominguero

Despierto. Veo mis brazos a su alrededor. El plan no era quedarme a dormir -ese nunca es el plan-, pero pasó. Bebíamos vino, un destornillador y hasta un poco de ginebra. Estamos en el sillón, mis manos pasan por sus brazos, llenos de tatuajes. Su cabello reposa en mi cara, tiene un suave olor. Sus ojos más claros que el agua reposan en mi mente. Mis manos quedan en sus pechos. Intento no despertarla. Intento…

Me levanto, la sed mañanera, un defecto que he tenido desde siempre. Entro a la cocina, hay un punk arreglando una bicicleta. Ya sé lo que sucederá. Levanto mis puños, y le digo: -Ya sé lo que va a pasar, dejémonos de rodeos y arreglémoslo como los hombres. Enseguida me lanza un derechazo, no opongo resistencia. Lo merezco. Al instante las venas ubicadas en mi parpado se destruyen, explotan, y riegan sangre a través de todo mi ojo. Claramente estará morado por la mañana. Intento lanzar un golpe, pero nunca lo he hecho bien, no le atino. El punk lanza otro golpe, uno ha sido suficiente. Lo amago por los brazos (casualmente tienen tatuajes), y le digo que ha sido suficiente, que pare. Que un golpe era lo justo, que lo sentía, pero pasó. Él me dice entre sollozos, que ella era suya, que no debí meterme con ella, y rompe a llorar. Mi cabeza comienza a doler, y no quiero que ella despierte.

Demasiado tarde, ella sale de la habitación, vestida con una bata, cabello alborotado, claro ante el reflejo del sol. Tiene una mirada que muestra vergüenza, pero un poco de felicidad, creo que la quiero, o al menos he empezado a hacerlo. Ella no dice nada, solo mira al punk, y le dice lo siento ha pasado. Maldita oquedad, otro rasgo que compartirmos. El punk se agita entre mis brazos, mete una pierna entre la mía y me derriba, se lanza en contra de ella. La abraza, le dice que era de él, su posesión, ella se lo quita de encima, y le espeta que se lleve sus cosas, que ella no pertenece a ningún hombre. Ni a mí, ni a nadie. Yo no sé que decir y me quedo mirando a la bicicleta, pinche bicicleta. No comprendo la calma de las mujeres en situaciones tan estresantes. Todo le sale bien. La envidio.

El punk toma una bolsa del otro cuarto, toma la bici y se retira, no sin antes dirigirme una mirada que atraviesa mi ser, y me hace sentir escalofríos hasta en las gónadas. Me aparto sin decir nada, y el vuelve a decir que ella le pertenecer, que no lo olvide, que solo soy pasajero y que nunca terminaría con un trabajador de cuello blanco. Azoto la puerta, intento sonreír. Y le digo a la chica de los brazos tatuados: ¿Desayunamos chilaquiles o hot cakes? Mi vida es una ruleta rusa, llena de crónicas chilangas.


Hoy seré el chico del desayuno dominguero…

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