Fragmento 350: Café Negro
Abro la puerta del café,
del puto café. Me odio, me odio, me odio. ¿Por
qué he de ser tan imbécil? ¿Por qué fui tan imbécil? Me dirijo a la caja,
ignoro a todos. No sé que pedir. Miro a la pareja de la mesa contigua, se me
antoja el pastel de chocolate de la chica de gafas. Le pido al barista uno
igual, y un café grande, el más enorme que tenga, y el más cargado. Pago con el
único billete que me queda en la cartera, estoy jodido en más de una forma.
Por
reflejo me siento a lado de la pareja que comparten una bebida, suelto un largo
suspiro, y exhaló. Una lágrima va corriendo sobre mi mejilla, y antes que me
vuelva visible para alguien en la cafetería, me hundo en la mesa. Pongo mis
manos en la superficie, y dejo caer mi cabeza. ¿Por qué me está haciendo esto? ¿Por qué me estoy haciendo esto?
Me
rompo en piezas, e intento recuperarlas por medio de recuerdos. Comienzo a
imaginar fantasías que nunca van a pasar. Me transporto a esa absurda pelea en
el auto, nunca pusiste tu mano en mi pierna, yo me sentía demasiado tenso como
para poner la mía en la tuya, a pesar de que llevabas el suéter color salmón,
mi favorito, y esos zapatos con orificios pequeños que los inundaban de clase
que le hacían juego.
No
puedo recordar tu cara, la tristeza no me lo permite, han pasado solamente unas
horas y no recuerdo como eras, solo recuerdo las lágrimas llenando tu cara. Te
odio. En serio estoy intentando hacerlo, pero tu sonrisa no me lo permite. Te
amo tan profusamente que duele.
La mesera trae el pastel,
lo miro, lo pruebo, me asquea. El sabor del desprecio que conservo en la boca
no me deja disfrutarlo. Lo paso, lo trago. Necesito ese café ya. Saco mi
celular reviso mis notificaciones repetidamente. Arriba, abajo. Nada. Soledad,
puta y pura soledad. En la cafetería suena al fondo: Estoy clavado en un bar.
No reconozco el artista, pero la letra me llega. Dicen que cuando estás triste
comprendes mejor las letras de las canciones, a diferencia de cuando estás
feliz te identificas con la melodía. Impacto en mi corazón, una especie de dolor
sordo me llega al pecho. Me cuesta respirar. ¿Así se siente la ansiedad?
Llega el café, negro,
amargo. Quiero pasar mi dolor con el sabor de mi café. Miro a la pareja de a
lado, ríen, charlan repetidamente, miro los ojos del chico de gafas, envidio la
forma tan suave que tiene de mirarla. Ella sonríe y juega con sus manos, con su
pelo. Se aman, se nota. Él le dice que pose, y ella lo hace de forma descarada,
voltea su cara y sorbe la bebida, esa chica es hermosa en todas las maneras que
se me permite verla.
Estaciono.
Llegamos al restaurante. Ella se baja y no espera a que le abra la puerta, está
enojada. Es un lugar de pizza al horno, la carta es cara, ella apenas la mira y
pedimos dos cervezas artesanales. Luego una pizza grande y sencilla. No decimos
nada estamos tensos, tremendamente tensos. Ella comienza y me dice sin rodeos:
-Mira Juan Manuel, lo de ayer fue terrible y… tenemos que parar. Mi familia no
lo soportó. Pasaste la línea. Te odian. Ella está diciendo lo que pensé que
diría, me pongo demasiado tenso y no digo mucho. Llegan las cervezas.
-Terminamos, dice ella. Lo siento. Se levanta, toma su celular y pide un Uber,
hora estimada de llegada 6 minutos.
5
minutos. Oye, espera, le intento decir. Déjame explicar por favor.
4
minutos. -No hay nada que explicar, se acabó. Nos acabaste.
3
minutos. Dejo un billete de quinientos en la mesa, la comida está intacta y la
persigo.
2
minutos. La jalo de la muñeca, tengo demasiado fuerza y ella se queja. Le digo
que no me deje. Por favor. Se lo estoy suplicando. Ella se deshace en lágrimas,
le duele. Estoy a punto de tirarme al suelo y rogarle.
1
minuto. Exploto. La atraigo hacia mí y comienzo por pegarle en la cara de
formas repetidas. Ya no sonríe.
El
Uber llegó.
Acabo el café de un sorbo
grande, avisto una patrulla fuera de la cafetería, siento la tensión en mis músculos.
El reflejo de su cara magullada se impacta en mi mente. No creo que me hayan
seguido tan rápido, no así de rápido. La pareja enfrente de mi se está besando
apasionadamente y se están tomando fotos, están felices. Los odio, pero me odio
más. Me levanto, miro su bebida, y lo lanzo a la cara del chico de gafas,
mientras él está distraído, golpeo en la cara a la chica. Dos narices rotas en
un día. Al menos haré que valga la pena.
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